Virtud, justicia, comunidad y debate moral

OPINIÓN

18 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La filosofía y la ética política han recibido un valioso galardón con el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2018. Su afortunado titular es Michael Sandel, un filósofo político que enseña en Harvard y que se doctoró en Oxford auspiciado por otro comunitarista, Charles Taylor. Ciertamente, el primer comunitarismo de Sandel era más agresivo con la teoría liberal de la justicia. Pero luego se curtió en el debate moral y el diálogo y es más sosegado, dialógico e integrador. Por cierto que aquellas críticas a la teoría liberal de la justicia causaron mella en un Rawls que hizo concesiones importantes a los comunitaristas por lo que a razón individual y principios de justicia se refiere.

La proyección y el prestigio de Sandel se debe, entre otros, a dos factores importantes: Uno, a que su teoría de la justicia es atractiva, comprensible y abandona el liberalismo y el utilitarismo en favor de una concepción de la virtud política. El error liberal ha sido partir de un sujeto vacío, incomprensible y egoísta que actúa como si careciese de vínculos morales con su comunidad y quienes le rodean. Por su parte, el utilitarismo concibe la justicia en el balance de costes y beneficios y ni respeta los derechos individuales, ni posee un criterio del valor moral de la utilidad, por lo que termina justificando decisiones inadmisibles (por ejemplo, que es más justo, al ser más rentable, pagar los daños que tratar de evitarlos). Frente a ambos, Sandel propone una teoría de la justicia comunitarista orientada al bien común, a la naturaleza social y el telos de instituciones y al esclarecimiento de las virtudes cívicas de las persona definidas por una comunidad moral de significaciones y valores compartidos. Una justicia, en fin, que requiere de todos, pero con una actitud moralmente activa en un nuevo escenario de democracia y de verdad social. Porque no hay decisiones neutrales, siempre se discuten valores y los dilemas morales deben afrontarse de forma continua y crítica; porque es bueno para uno lo que es bueno para la comunidad y de eso también depende la solidaridad; porque hay que educar en la ciudadanía y en la vida buena y comunitaria; porque hay que imponer límites morales al mercado; y porque hay que acabar con la brecha económica y social gravando más a quienes más tienen para reconstruir unos servicios públicos de calidad.

El segundo gran acierto de Sandel ha sido su método. Enseñar hablando, discutiendo, con audiencias a veces muy amplias para hacer pensar a partir de ejemplos actuales ?por ejemplo, si puede mentir un político sobre su vida privada o si debemos torturar a la hija de corta edad de un terrorista que ha colocado una bomba para poder desarticularla? que hacen sencilla la filosofía antigua y moderna sobre la virtud pública, la democracia, la justicia, la libertad y las creencias compartidas. Y poner en valor la dialéctica: del diálogo de los ciudadanos frente al elitismo y el clasismo institucional; del virtuosismo aristotélico de la sabiduría, la prudencia, el esfuerzo y el sentido social e institucional frente al populismo; y de la socrática honestidad de razonar a través de preguntas en busca de razones frente al dogma. Premiar a Sandel es un acierto. Porque así se reconoce e impulsa la investigación crítica sobre las cuestiones morales de la vida cívica y política y sobre la democracia, la justicia y una libertad y una igualdad atravesadas de valores éticos que las justifiquen. Pero, eso sí, siempre atento nuestro aguijón crítico a las tendencias dogmáticas autojustificatorias que sobre prejuicios y sesgos racionales pueden, Sandel también lo sabe, amenazan la identidad y la libertad de quienes atienden a narrativas distintas a las tradicionalmente establecidas.