Son los tirantes

Luis Ordóñez
Luis Ordóñez NO PARA CUALQUIERA

OPINIÓN

21 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

En marzo de 2011, en uno de los primeros momentos de la crisis que luego derivó en Gran Recesión, el entonces presidente Zapatero se reunió en La Moncloa con los más destacados empresarios y financieros del país, fue una cita pública (porque se trataba de mostrar una imagen de fortaleza ante la adversidad) y entre las instantáneas de la jornada se destacó mucho una de Emilio Botín en la que se podían apreciar sus tirantes mientras se ponía la americana. Fue una imagen que siempre me pareció muy descriptiva de todo porque además Botín era el banquero con el mejor nombre (es decir, el mejor apellido) que puede tener un banquero, como si fuera el personaje de una alegoría. Eran los tiempos crudos del 2011, y todavía lo son en gran medida para mucha gente, la época de «apretarse el cinturón» y resultaba paradigmático que el financiero por antonomasia no tuviera que hacerlo no sólo porque nadie, ningún poder sobre la Tierra, se lo fuera a demandar, sino porque además no vestía tal cinto sino que se sujetaba los pantalones desde los hombros, una opción mucho más holgada para la barriga.

Ha pasado con el mero anuncio de que pueda llegar a aprobarse, que ni siquiera ha cuajado en el BOE, la subida del salario mínimo a 900 euros. Ha cundido la histeria y el catastrofismo anunciando todos los males que cupieran en una profecía milenarista en el caso de que se pudiera poner siquiera un pequeño coto al mileurismo. Resulta chocante la facilidad con la que la patronal pide en tiempos de vacas flacas los mayores sacrificios ajenos para luego bramar como si se les arrastrara al matadero si se les pide que arrimen mínimamente el hombro.

Y de forma más reciente, como una bofetada, el Tribunal Supremo, en una decisión inédita se ha achantado en su decisión inicial de que debían ser las entidades financieras y no los clientes los que asumieran el pago del impuesto de las hipotecas. Bastó media tarde quejas y refunfuños porque los bancos tendrían que abonar demasiado para que todo un Tribunal Supremo dijera que lo iba a reconsiderar. Es un escándalo impresionantes que, lo peor de todo, tiene precedentes en la manera en la que el mismo Supremo falló respecto a la retroactividad de las cláusulas suelos, fijando un límite en la fecha de la estafa (esto es lo que es) para que no se notara demasiado en sus cuentas de resultados y que rectificó sólo después de que el Tribunal Superior de Justicia Europea les metiera en vereda. Aún así prestaron un último servicio a quien manda aquí para que no fuera demasiado oneroso, impidiendo que se pudiera demandar por parte de quienes ya tuvieran una sentencia firme. Por encima del Supremo parece que hay algo mucho más supremo, un poder fáctico y llorica, que siempre está dispuesto a apretar la hebilla de los cinturones de los demás pero que guarda su panza a muy buen recaudo con unos tirantes.