La clase media trabajadora

Luis Ordóñez
Luis Ordóñez NO PARA CUALQUIERA

OPINIÓN

29 oct 2018 . Actualizado a las 08:50 h.

En su crítica a la previsión del Gobierno de elevar las bases máximas de cotización, hasta el 10% o el 12%, para aumentar los ingresos, el presidente del PP, Pablo Casado, lo señaló como una medida que va a cargar una tributación excesiva sobre «la clase media trabajadora»; me resulta un término fascinante que le he escuchado además a varios partidos.

Empecemos por decir que lo cierto es que ese aumento de las bases de cotización hasta el terrible 10% (Rajoy lo subió por los mismos propósitos de incrementar la recaudación del Estado hasta el 5% en 2013 y 2014) atañen a los salarios más altos, no afecta a los menores de 45.644 brutos euros anuales, llega a los de más de 50.000. Echando un cálculo no tan complicado estamos hablando de sueldos, ahora netos, que se acercan más a los 3.000 euros mensuales que a los 2.000. Un pedazo de salario que, digan lo que digan, no resulta tan común ni para trabajadores ni para medianos. En Asturias el sueldo medio (el resultado a la mitad del más alto y el más bajo) es de 1.900 euros pero el más frecuente, el que tiene una mayoría de la población no llega a los 1.100 euros. Esa es la realidad de los trabajadores, incluso de a quienes les hace ilusión que les cuenten como clase media aunque no lo sean.

La palabras, como el amor, se rompen de tanto usarlas. Se desgastan entre los labios como la roca más dura cuando le pasa un río durante siglos; y cambian en su contenido y en su forma por son también algo vivo. Proletarios eran en la antigua Roma los que como no tenían propiedades sólo podían aportar prole al Estado. Con la Revolución Industrial se denominó así a los que trabajaban por un salario (palabra que viene de sal) en fábricas sin control sobre los medios de producción. El trabajo ni siquiera era tal en la antigua Roma, que se denominaba labor, porque trabajo viene de tripalium que era un instrumento de tortura. Si cambió la palabra fue ante todo porque sabían el sudor que costaba los que trabajaban realmente. Proletariado se nos quiere aparecer ahora como un término anticuado (trasnochado, que diría Aznar) igual que parece en desuso empresario, palabra guay y aventurera en su origen, porque los interesado prefieren ser emprendedores y hasta entrepreneur los singularmente fatuos, a los que les flipan cosas de coach.

Cómo terminen de cuajar las palabras está fuera del alcance de nuestras manos y bocas, porque es un proceso de generaciones. Pero tampoco quiere decir esto que sea algo inocente. Detrás de «la clase media trabajadora» está un intento de difuminar tanto la cosa que termine por no significar nada. También los entrepreneur, los CEO nos insisten en que haya salarios no con sal, siquiera metafórica, sino emocionales. E insisten en que a ese tripalium de ocho horas más las extras que no se suelen abonar, tiene que ser algo asumido con «pasión». Luego ninguno quiere cobrar sus dividendos ni con pasión ni con emociones sino con plata entera y verdadera. Porque detrás de la milonga, la materia es lo que hay. Buena suerte en convencer al personal de que los sueldos de más de 50,000 euros son lo común y corriente, lo digo sin ironía, hasta con cierto desaliento. Al fin y al cabo ya lograron convencer a un montón de gente de que heredar un millón de euros es lo normal también para la clase media trabajadora. No hay palabras.