¿Pagará el banco o pagará el cliente?

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

13 nov 2018 . Actualizado a las 07:49 h.

El Gobierno ha decidido por decreto ley que serán los bancos y no el cliente quienes abonen el impuesto de las hipotecas. Lo más sorprendente del cambio normativo ha sido la reacción de algunos analistas, quienes aseguran que la medida de nada sirve: los bancos repercutirán el cien por ciento del coste adicional en el precio de sus préstamos y santas pascuas. Pagarán los de siempre: el hipotecado antes, el hipotecado ahora. Resulta especialmente curioso que tal argumento lo utilicen los creyentes del libre mercado y acérrimos enemigos de la regulación. Porque su tesis supone una de dos: o bien que la competencia no funciona para modular y fijar los precios, o bien que la banca funciona como un monopolio con poder de mercado para cobrar lo que le pete.

Otra conclusión derivada de ese argumento: todos los impuestos son iguales y tienen idénticas consecuencias. Da igual que formalmente pague el banco o el cliente, el empresario o el trabajador, el productor o el consumidor, el rico o el pobre, porque finalmente la carga fiscal recaerá sobre la espalda del cliente, del trabajador, del consumidor o del pobre. Si esto fuese así de simple, ¿por qué se queja entonces el dueño del bar de que le suban su cuota de autónomo, si puede resarcirse sobradamente con duplicarnos el precio del café mañanero?

Vayamos por partes. El impuesto de las hipotecas supone para el prestamista un incremento insignificante de sus costes. Para un impuesto de 1.500 a 2.500 euros -dependiendo de cada comunidad autónoma- y una hipoteca con vida media de 15 a 20 años, significa, en palabras de un banquero, «apenas unos puntos básicos» del tipo de interés. Un punto básico, recordémoslo, es la centésima parte de un punto porcentual. Si todos los bancos lograsen repercutir todo el impuesto al cliente, los tipos de interés del crédito hipotecario subirían unas centésimas. Tal vez desde el 1,96 % actual -datos del BCE referidos a septiembre- al 1,98 o el 2 %.

¿Puede aplicar la banca esa subida impunemente? ¿Puede el autónomo de nuestro ejemplo duplicar el precio del café por las bravas? Dependerá de la competencia. Lo que plantea una pregunta clave: ¿Realmente es tan débil la competencia interbancaria que le impide absorber ese pequeño sobrecoste? Basta que una sola entidad anuncie que no repercutirá el impuesto en su totalidad y mejore un ápice su oferta de crédito para que las demás la sigan y evitar así que adelgacen sus carteras de clientes.

Pero pongámonos en lo peor. Supongamos que la competencia no existe y que los bancos, todos a una, deciden trasladar la totalidad del impuesto al cliente. Entonces deberían actuar los poderes públicos y echar mano de las leyes antimonopolio y de defensa de la competencia, que para eso fueron creadas.

Pero no teman: la sangre no llegará al río. En la práctica se impondrá una solución salomónica: los bancos conseguirán repercutir parte del sobrecoste y los clientes ahorrarán una parte del impuesto. ¿En qué proporción? Esa es la incógnita.