No va más

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

18 nov 2018 . Actualizado a las 09:46 h.

Es un muchacho obeso mórbido, irritable y pálido, que no tiene ningún amigo y que hace casi dos años que plantó los estudios; debe mucho dinero a vecinos y familiares y no ve otro futuro más allá de las doce horas que se pasa jugando delante de una pantalla. Todo empezó el día que decidió apostar el peto de su cumpleaños en un portal de juegos online en el que, además, le regalaban 40 euros por empezar.

En nuestro país hay más de 600.000 jugadores activos en las casas de apuestas, casi un 15 % más que hace dos años. Los operadores de este tipo de juegos gastaron más de 140 millones de euros en los más de 112 millones de anuncios emitidos en todo tipo de soportes con las caras más conocidas del deporte.

Este descomunal despliegue promocional ha supuesto que los jugadores online se hayan multiplicado por ocho en la última década, alcanzando el año pasado una cifra de 1.400 millones de euros gastados en apuestas.

Estas cifras tan golosas para los operadores determinan que alrededor del 3 % de la población es adicta al juego online, un 1 % de la población adulta y un 2,5 % de los adolescentes. El avance de esta epidemia se debe, por un lado, a las características adictivas de este tipo de juegos: intensidad, inmediatez, facilidad y rapidez de acceso y, por otra, a la ausencia de una legislación al respecto.

La ley de 2011 que regula el juego online establecía que se adoptaría una norma específica para los anuncios, que todavía no ha visto la luz. A finales del 2017, el Ministerio de Hacienda redactó un segundo decreto -el primero fue en el 2015, pero no llegó a aprobarse- que todavía está en tramitación.

Mientras tanto, muchos se enriquecen desde paraísos fiscales y otros hipotecan su vida enganchados al juego virtual.

Como siempre ocurre con el negocio con los vicios humanos, la banca nunca pierde; gana ahora captando adictos y ganará después cuando sus presas sean legión y se genere un negocio auxiliar para el tratamiento de sus tragedias. Gana promoviendo la adicción para luego seguir ganando combatiéndola, igual que pasó con el alcohol o el tabaco.

Mientras tanto, nuestros legisladores siguen atentos a sus juegos de poder, incapaces de regular el desastre que se está cociendo.

Al final seremos los de siempre quienes tengamos que hacernos cargo de toda esa multitud de chavales pálidos e irritables a quienes sus héroes deportivos les animaron a apostar por el infierno. Queda dicho.