Tengo una buena noticia

OPINIÓN

03 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

¡La Tierra sobrevivirá! Resistirá nuestro empeño en que perezca con la humanidad.

Efectivamente, a pesar de nuestro afán ecocida, cuya sucesión de hitos, lejos de reconvenirnos, se multiplica en una orgía de extinciones taxonómicas y envenenamiento planetario, muchas especies nos sobrevivirán. Afortunadamente. Aunque, eso sí, antes de que el planeta se libre del homo toxicus habremos de pasarlo mal. Y las generaciones que nos sucedan heredarán un legado de necedad que no podrán creer.

Nuestra aleccionada obsesión por consumir, y la desmedida capacidad de generar basura material, y simbólica (como comparar una zona urbana de bajas emisiones de veneno con un gueto nazi), no deja de ser una correlación de la estupidez que acabará por aniquilarnos como especie. Como especie «dominante» al menos.

La tendencia a aislarnos arropados por el mito de la independencia individual, en el que la libertad se mide por la capacidad de adquirir (y acumular) productos y servicios que nos permitan prescindir de la ayuda de quienes nos conviven, me sugiere una versión aseada de un síndrome psicopatológico bautizado con el nombre de un filósofo griego del siglo IV a.C.: el del cínico Diógenes de Sinope.

La denominación de este trastorno, que se caracteriza por el abandono personal, el aislamiento social y la acumulación de basura, tiene ciertas contradicciones históricas; como las tiene esta asociación de ideas que me sobrevino con motivo de la “Reacción” de quienes anteponen a la salud pública el derecho a usar el coche indiscriminadamente.

Respecto al criterio diagnóstico, aunque Diógenes se aislaba de un mundo que le parecía despreciable por su grosero materialismo, pregonaba la virtud y la liberación por medio de la austeridad, es decir, rechazaba ser esclavo de los bienes materiales («Sé indiferente a los bienes que la fortuna te otorga y te emanciparás del miedo»); por tanto, no acumulaba nada. Y mi versión posmoderna del síndrome difiere críticamente, a su vez, del convencional: es verdad que hay un abandono personal, pero no tanto de la higiene como del sentido de persona como parte de una comunidad, es decir, abandono del sentido común; hay aislamiento, una atomización social interesada porque nos debilita; y hay acumulación, pero no tanto de desperdicios como de objetos inútiles que ensucian la existencia hasta el punto de comprometerla.

Pero esta enajenación tóxica no cristalizaría sin ayuda. A saber; si a nuestra limitada capacidad de pensar en consecuencias a largo plazo aplicamos el acortamiento, «recompensado» por el mercado, de ese plazo, entenderemos mejor que estemos pasando a la práctica del caos sin entender apenas la teoría. O la implantación temprana del paraíso religioso (¿cuántas personas se creen acreedoras de castigo?), que contribuye a la constitución de una inconsciente válvula de escape que, entre otros efectos, exime de la presión que apremia para cambiar notablemente la forma en que nos relacionamos con el medio que nos sustenta: Dios proveerá, aunque sea en el otro mundo.

Y quienes no han sido agraciados con esa ilusión tienen a su disposición la fe tecnológica, que nos atribuye la capacidad de resolver, en un futuro indefinido, todos los problemas con nuestro ingenio desinteresado. Por supuesto. Como aquella promesa que decía que la tecnología reduciría el tiempo de trabajo y, por tanto, nos proporcionaría más tiempo de ocio; cuando lo único que hemos conseguido es competir con ella, a la baja, por el favor de los empleadores. Una fe, bastante extendida, que subestima, cuando no ignora, la “paradoja de Jevons” que viene a decir que el desarrollo de tecnologías más eficientes pueden aumentar la probabilidad de incrementar el consumo de energía. Como las bombillas LED consumen mucho menos que las incandescentes de toda la vida, no pasa «nada» por dejar más luces encendidas más tiempo. Y así todo.

No es extraño, pues, que ante la iniciativa de restringir el tráfico en el centro de las ciudades, los inconscientes seguidores de la Orden del Suicidio Colectivo en Diferido se rasguen las vestiduras.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.