06 dic 2018 . Actualizado a las 08:57 h.

Hace años leí la palabra por primera vez en el libro de Henry D. Thoreau Desobediencia civil y otros escritos: jingoísmo. Después supe de una novela de Terry Pratchett titulada Jingo, en la que se relata la historia del conflicto entre dos ciudades por el control de una isla surgida en medio del mar. El jingoísta es el partidario de un patriotismo histérico y exaltado, lo que podríamos llamar también un patriotero. Me vino la palabra a la mente mientras leía el programa electoral de Vox. Jingoísmo. Las cien propuestas del programa del partido de Abascal están impregnadas de eso. Militarización, construcción de muros y refuerzos de fronteras, endurecimiento de penas para los delitos de ultraje a la bandera o cualquiera de los símbolos nacionales, sean los que sean, que lo mismo ahí entra hasta el toro de Osborne. El resto de medidas que proponen están entre el delirio, la maldad y la imbecilidad, que es con lo que se han tomado algunas de las decisiones más siniestras de la Historia. 

Abascal no está solo. Hemos visto cómo todos los líderes de la derecha intentan competir entre sí a ver quién es más conservador hasta el punto de que los discursos entre ellos en cuanto a inmigración se han hecho indistinguibles. Eso por no hablar de la ambigüedad con la que PP y Ciudadanos hablan de Vox, pues quién sabe si algún día tendrán que militar ahí o invitarles a un hipotético gobierno o ejercer de procuradores en las Cortes como Blas Piñar.

En el otro lado, hay un presidente autonómico que cree que los españoles tienen baches en el ADN. Es una especie de posmodernismo lombrosiano, poco más que «los de mi pueblo somos los que más beben y menos mean», un Josep Lluís Torrente con ansias intelectuales, y resulta tan inquietante alguien con ideas de ese calibre como el programa de Vox. Difícilmente la tumba del fascismo puede encontrarse en quien esgrime ideas xenófobas, y todo apunta más bien a que la timba del jingoísmo también anida en Cataluña y ya anda gobernando. Porque de ser idiota no se libra nadie, y si hay algo que realmente demuestra que somos la misma especie, independientemente de nuestro color de piel, nacionalidad y estado civil, es la estupidez.

Desde el domingo, se suceden las felicitaciones por los resultados de las elecciones andaluzas a Vox desde formaciones ultras de otros países, incluso la de un antiguo líder del Ku Klux Klan que probablemente ha averiguado este fin de semana que Andalucía no está en México. Pero la Internacional Jingoísta es un oxímoron, no pueden ser amigas naciones que creen ser superiores al resto y naciones que creen ser superiores al resto. Me podrán decir que eso no es el nacionalismo ni patriotismo ni nada, pueden intentar suavizar o blanquear lo que les venga en gana, pero la realidad es la que es. No tiene ningún sentido esgrimir la pureza y diferencia cultural si no es por sentirlas superiores a las del vecino.

También el chanchullo argumentativo de la soberanía nacional no es más que otra pata de este monstruo que no deja de crecer alimentado por la derecha y por la izquierda. Cuando se acusa a la UE de inactividad en determinado asunto, suele obviarse sistemáticamente que demasiadas veces son los propios estados, las naciones y sus jingoístas representantes quienes provocan esa inactividad, muy probablemente por algún turbio y neolítico sentido tribal de soberanía, y muy probablemente a mayor gloria de partidos en la misma onda que nuestro mesiánico Vox.

Como no existe crítica ni lucha contra estas ideas en ningún partido político y sí una constante búsqueda de aprobación por los votantes, pues es más sencillo caer en la sensiblería y los sentimientos que en la razón  -qué bonito socialismo están haciendo muchos, por cierto-, que tener que explicar la realidad y las herramientas que tenemos para cambiarla, nos come la ultraderecha. Entre opciones con discursos similares o cada vez con más puntos en común, la gente rechaza imitaciones. La patria o la matria no nos van a traer otra cosa que dolor y sufrimiento. Esto ha sido siempre así y solo puede cambiar para peor. No sirve de nada ponerse a llorar ni engorilarse ante la sede de Vox. Ya es tarde.