El ecofeminismo es un antídoto contra el odio

OPINIÓN

10 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Quien haya pasado por la experiencia de sufrir en su propia vida algún tipo de injusticia es de quien podemos esperar que reaccione antes para solidarizarse con cualquiera que atraviese una situación parecida. Incluso aunque el tipo de prejuicios que les afecten sean otros. El abuso y el maltrato, la humillación, la amenazas, la situación de vulnerabilidad, despiertan los mismos sentimientos en la víctima que los padece independientemente del argumentario y del contexto que enmarquen la situación. Por eso cuando se  han sufrido en carne propia  se identifican y se rechazan rápidamente.

Pero del mismo modo que quien se sabe blanco de unos prejuicios tiende a solidarizarse con otros grupos, quien se siente legitimado para ejercer la violencia la reproduce sistemáticamente siempre que puede. Las diversas violencias estructurales que existen en nuestra sociedad se retroalimentan entre sí para formar un sistema coherente atravesado por el dualismo y las jerarquías. No podía ser de otra forma. La fuerza que opera detrás es la pauta de maltrato que siguen los agresores para generar nuevos estigmas que acabarán siendo normativos.

Aunque el odio sea un sentimiento humano su legitimación como opción política resultante vergonzante. Implica coger lo peor de nosotras mismas y convertirlo en el eje vertebrador de nuestra sociedad. Crear un mundo en consonancia con nuestros peores deseos y sentimientos.  El discurso del odio consiste en fijarse como objetivo político la agresión hacia un sujeto social al que se pretende someter para legitimar la violencia, el poder, la competencia y proyectar nuestras frustraciones. La mala noticia es que la identidad de ese sujeto es mucho más diáfana de lo que podría parecer a simple vista. El fascismo nunca cumple sus promesas y al final el odio crece cuando lo alimentas y reduce la calidad de vida de la inmensa mayoría de la gente. ¿Puedes vivir mejor que otros en un mundo construido en torno al odio? Sí puedes (disfruta tu pasaje al infierno de primera clase). ¿Puedes vivir mejor que en una sociedad construida en torno a la solidaridad y el respeto por las personas? Claro que no.

Lo primero que comprendes como feminista respecto al odio es que carece de límites racionales y que no sigue ninguna norma lógica. La única explicación del odio es el grado de vulnerabilidad de quien lo sufre. Ese es el principal factor de riesgo por ejemplo para sufrir violencia de género. No importa la edad, ni la nacionalidad, ni el nivel económico ni cultural de la víctima, no importa lo que haya hecho o dicho, importa el grado de vulnerabilidad de esa mujer en ese momento frente a la violencia machista. Es la ocasión la que brinda el motivo. Quienes crean que pueden controlar el odio de un partido fascista se equivocan. Quienes crean que pueden dirigirlo hacia un grupo en concreto y tener la seguridad de mantenerse a salvo se equivocan, o al menos hacen una apuesta muy arriesgada. Quienes crean ingenuamente que el odio puede coexistir con la justicia y con la ética se equivocan completamente. Es tan simple como entender que quien que te ofrece RESPETO porque no eres X - (ni mujer, ni inmigrante, ni pobre, ni gay etc… ) - en vez de porque eres PERSONA, quizá no sea la compañía más recomendable a largo plazo.

Si introducimos la perspectiva ecológica en el problema; teniendo en cuenta que hace décadas nos subimos al tren en sentido «Colapso Global», el resultado es mucho más preocupante. No te preocupes que el neofascismo no va a gestionar la crisis ecológica repartiendo recursos con «los/as otros/as». La cuestión es que a lo mejor eres el “otros/as” de los demás. El paralelismo está claro: si los derechos se reparten discriminando y al final no hay derechos para nadie, (y eso que son un bien abstracto e infinito) imagínate a la hora de gestionar recursos con un límite físico que  ya estamos sobrepasando.

 Al final la incapacidad de los discursos del odio para mejorar la calidad de vida de sus propios seguidores ha sido  la razón por la que ese discurso de los «fuertes» es derrotado por los «débiles» una y otra vez. Porque es un engaño. La razón de que resurja periódicamente es que siempre hay gente nueva que se lo cree.

Desgraciadamente el método del ensayo y el error tiene sus limitaciones. Si no somos capaces de aprender de nuestros errores pasados, o nos enfrentamos a problemas acuciantes como la transición energética; el cambio climático; la contaminación de la tierra, el mar y el aire… nuestro margen temporal para andar jugando se reduce drásticamente.

Frente a las policías conservadoras y el neofascismo la apuesta del movimiento feminista, desde los orígenes de su trayectoria política, no podía más que conceptualizar la sociedad igualitaria entre los sexos como una sociedad horizontal a todos los niveles, que rechace a su vez  cualquier  otra  relación de poder entre los seres humanos.  La variable ecológica que introduce el ecofeminismo promueve además el reparto justo de la crisis ecológica, y la defensa de la dignidad de todas y todos frente al privilegio de un puñado y el temido grito de «sálvese quién pueda». No, las feministas coherentes no somos de derechas. Y no, no nos interesa un ápice obtener poder sobre los hombres ni sobre nadie. La explicación rápida es que nos resbala bastante reproducir cualquier forma de opresión, porque quienes se comportan así con nosotras no tienen ni una gota de nuestra admiración.

El feminismo choca frontalmente con el fascismo, no sólo porque nos posicionamos claramente a favor de un paradigma social democrático y solidario garante de la igualdad y el bienestar, sino porque nos negamos a reproducir en cualquier circunstancia su discurso del odio y la violencia. Ni siquiera contra ellos mismos. El  feminismo es la mayor revolución llevada a acabo en la historia y siempre  ha tomado  lo mejor de las personas  para fortalecerse y avanzar. Y este es el mayor antídoto contra el fascismo: ser capaces de construir desde una crítica que anteponga la confianza en el ser humano a cualquier otra consideración y enfrentarse al odio sin reproducir las mismas dinámicas. No se trata de barajar nuevos roles de discriminación si no de avanzar solidariamente y sin dejar a nadie atrás. El feminismo no se compromete con la ambición de defender un mundo en que tú seas mejor que el resto. Pero cuestiona todas las jerarquías y su promesa  apuesta por la esperanza de  conseguir  un resultado en que nadie sea menos .

Y el feminismo no está solo. La cuarta ola forma parte de una marea que llega a todas partes. Es de todas esas personas, mujeres y hombres admirables, que luchan desde distintas trincheras, de las que depende un mundo digno, sostenible, justo, libre e igualitario. Son todas esas personas las que nos dirigen cada día hacia el mejor futuro posible y levantan, con lo mejor de sí mismas, un cortafuegos  contra la rabia, la intolerancia y el odio.