Larga Navidad

Ramón Pernas
ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

17 dic 2018 . Actualizado a las 09:10 h.

Los primeros polvorones estaban disponibles en varios supermercados a principios de septiembre, y una amplia oferta de turrones prologaba las Navidades desde las estanterías. En octubre se instalaba el alumbrado de las calles en muchas ciudades y la Navidad daba comienzo la tercera semana de noviembre con el pistoletazo del viernes negro, el Black Friday que anticipa las tradicionales rebajas de enero y que de un tiempo a esta parte constituye el inicio del largo tiempo navideño. 

En el corazón europeo de la navidad, en Alemania y los países nórdicos, la frontera está en el primer domingo de Adviento que coincide con la llegada de los primeros fríos y la tradición invita a consumir en los múltiples mercadillos urbanos navideños el vino caliente, el gluwein que alegra los corazones.

San Nicolás, el pionero embajador navideño, ya había llegado a Holanda, procedente de España con su cargamento de naranjas redondas como los soles de invierno, antes de cambiar su nombre por el de Santa Claus, Santa para la república de los niños, y protagonizar anuncios universales de bebidas refrescantes a bordo de un trineo guiado por Rudolf, el jefe mundial de todos los renos, que vive en el catálogo de las fantasías de la Navidad.

Y cuando esto escribo, por mi querida Suecia las jóvenes colocan sobre sus cabezas una corona con velas encendidas y celebran la fiesta de la luz, que anticipa el solsticio de invierno, mientras por el sur de la Europa cristiana celebramos a Santa Lucía, y damos por seguro que los días empiezan a crecer y abandonamos poco a poco la larga noche invernal.

Y paulatinamente, en esta larga e inacabable etapa prenavideña, navideña e incluso posnavideña, con la melancólica cuesta de enero, después de que los señores Reyes de Oriente recojan sus campamentos, se va instalando el buenismo en nuestros comportamientos, que crece paralelo a la orgía de consumo que parece no tener fin.

Y uno, que ya va teniendo años, recuerda con nostalgia los días lejanos de su niñez cuando la etapa de Nadal duraba como mucho dos semanas, cuando escaseaban en los hogares los abetos adornados y la instalación tradicional de los pesebres a la napolitana, los nacimientos, anunciaban, ahora sí, que en pocos días tendría lugar el misterio de Belén que cambiaría la historia del mundo.

Papá Noel no había llegado a estos lares, y una estrella, un cometa de luz y purpurina, saludaba a los viajeros mientras soñábamos con la cena grande de Nochebuena. Saudades de otros tiempos idos que no eran ni mejores ni peores, solo distintos.

Estamos en la víspera del 25 de diciembre, pero parece que la larga Navidad ya nos acostumbró a vivir con ella desde hace mas de un mes. Larguísima.