Cuéntame cómo pasó

OPINIÓN

23 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No se puede decir que la crisis fuera una sorpresa; no era la primera, ni sería la última.

Así como sabemos que la alineación del Sol, la Tierra y la Luna aviva las mareas, a las que una buena borrasca con fuertes vientos pueden llevar a anegar el litoral, también vamos entendiendo que la alineación de la voracidad de las élites financieras con la connivencia desreguladora de algunos políticos, unidas a una borrasca bursátil, puede arrasar a millones de familias.

Y así fue. Unos años antes del desplome, la bonanza económica embriagaba a cualquiera hasta el punto de abandonarse a los créditos con la enajenación transitoria, aunque cíclica también, del crecimiento ilimitado. La rentabilidad de la Bolsa se convirtió en un saco sin fondo al que gente de toda condición arrojaba ahorros y préstamos, azuzada por las recompensas que obtenía oportunamente. ¡Hagan juego, señores!

Tanto jugaban todos que lo hacían hasta en sueños, donde especulaban con los innumerables bienes y maldades que podrían permitirse. Pero cuando despertaron, el saco sin fondo seguía allí, y se había convertido en un agujero negro que engullía bancos y sueños, empresas y empleos. Engulló hasta la luz del final del túnel al que la enajenación les abocó a transitar sin vuelta atrás. Aquellos metasueños donde veían sueños cumplidos se convirtieron, de la noche a la mañana, en la «pesadilla» que se muerde la cola.

Los soñadores perdieron ahorros y empleos, pero no las deudas de los préstamos. Así que perdieron también hogares y dignidades, y las calles se poblaron de gente que buscaba trabajo, comida y cobijo. Pero no solo las calles norteamericanas, sino las de medio mundo que, ingenuamente agradecido por haberse contagiado del virus de la especulación, tuvo que hacer igualmente frente a sus secuelas.

Vivir la pesadilla de la miseria y el padecimiento no encontraba más consuelo que la búsqueda de culpables tan desaprensivos como inaprensibles. La desconfianza se convirtió en una epidemia. Los países reforzaban sus fronteras frente al comercio exterior y a la cooperación, para proteger sus empleos menguantes, mientras en el interior los tumultos se hacían proporcionales a las carencias.

Se necesitaban soluciones que detuvieran la devastación en curso; se necesitaban salvadores en un escenario donde la penuria empezaba a exigir una supervivencia rudimentaria. Un escenario en el que un líder visceral, señalando a culpables de todos los males, se convirtiera en la esperanza nacional. La estrategia del miedo y el odio a lo ajeno, para reforzar el vínculo y lograr el sometimiento de los propios, genera réditos políticos cuando la subsistencia es condenada a la incertidumbre crónica.

Así es como el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán ganó las elecciones en 1932, y cómo Adolf Hitler llegó al poder meses más tarde, abriendo uno de los periodos más aberrantes de la historia de la humanidad.

No creeríais que estaba hablando de la crisis actual, ¿verdad? Qué va; esta es diferente…

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del Gobierno.