Explicación química del auge de Vox

OPINIÓN

Antonio Garcia | Efe

01 ene 2019 . Actualizado a las 09:48 h.

A la gente no le gusta almacenar y usar sosa cáustica, y todos estaríamos dispuestos a renunciar a ella si los fregaderos y lavabos no se atascasen con frecuencia. De hecho hacemos lo posible para evitar que grasas, pelos, residuos de comida y otras impurezas se acumulen en los desagües. Pero ningún hogar está libre de que una bola pastosa y de profusa composición -repelente al olfato, a la vista y al tacto- obstruya las cañerías. Y es entonces cuando recurrimos al hidróxido de sodio (NaOH) -que así le llaman los sabios a la sosa cáustica-, y echamos al fregadero una dosis de producto -generalmente excesiva- para que disuelva el tapón y reponga los usos del sistema. 

Lo normal es que, conscientes de que manejamos un producto peligroso, echemos la sosa con guantes y mascarilla. Y que, tan pronto como notamos que el desagüe se ha normalizado, abramos el grifo para eliminar los restos del producto. Pero también puede suceder que, por habernos excedido en la dosis, o por haber usado una fórmula comercial inadecuada, la sosa se petrifica y el remedio se hace peor que la enfermedad, obligándonos a rascar el bolsillo y a encomendar al fontanero nuestras cuitas.

Por extraño que parezca, la política funciona como un inmenso fregadero, que limpia los residuos que producen las actividades sociales -lícitas e ilícitas-, regenera para nuevos usos los recursos del sistema, y elimina los restos que podrían poner en peligro la sana convivencia. Pero también en la política sucede que hay momentos en los que, igual que hacemos en casa en los días de fiesta, echamos al fregadero y a los lavabos más grasas, residuos, pelos y pastas de lo que pueden gestionar, hasta que los conductos se atascan. Esto sucede, especialmente, cuando, a causa de la indignación irracional, o del abuso de emociones y sentimientos que dificultan la gestión ordinaria, son los propios administradores del sistema los que empiezan a improvisar platos y postres intragables, que, una vez triturados, se convierten en una pasta viscosa y repelente que se tira al fregadero. Hasta que, cuando sobreviene el atasco, al sabio pueblo no le queda más remedio que usar el peligroso hidróxido de sodio -que en política son los extremismos populistas- para desatascar lavabos y fregaderos y reponer el funcionamiento del sistema.

El PP, es cierto, ya abusó un poco del fregadero al final de la legislatura pasada. Pero fue la irrupción de Sánchez en las cocinas de la economía y del procés la que, a base de improvisaciones y mezclas mal cocidas, está obligando a triturar y tirar por los fregaderos cantidades ingentes de menú inservible. Y es por eso -porque el atasco ya es clamoroso- por lo que el pueblo está llamando a Vox, para que haga la función de la sosa cáustica. Y no descarto que esta decisión esté dando resultados. Lo malo es que si nos pasamos de dosis, y se petrifica en la cañería, habrá que llamar al fontanero, romper azulejos y cañerías… y pagar en facturas todo lo que habíamos ahorrado.