Réquiem por un aligustre centenario

OPINIÓN

15 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante décadas, un aligustre japonés creció pacientemente, hasta hacerse más que centenario, en un emplazamiento de la ciudad de Oviedo, El Vasco, que vivió cambio tras cambio en el entorno urbano. El ejemplar alcanzó una robustez, frondosidad y hermosura capaz de competir dignamente con otros árboles más frecuentes en nuestra habitual predilección. A partir del derribo de la estación ferroviaria, de la operación denominada eufemísticamente «Cinturón Verde» y de la no menos falsaria operación «de los palacios», la amenaza de la especulación y el pastiche se cernieron sobre el aligustre, seriamente en riesgo desde que los jardines del Edificio Panorama fueron, primero, usurpados y, luego, arrasados. Algunos vecinos particularmente sensibles y valientes, con otros apoyos (contados, pero resueltos), consiguieron llamar la atención de los medios de comunicación para proteger el árbol. La crisis inmobiliaria hizo el resto, como resultado colateral, en este caso, y de manera excepcional, positivo.

Cuando, perdida irremediablemente (y a precio de saldo) la parcela para el dominio público, buscando una solución viable que al menos cerrase el agujero que la necia ambición de unos pocos -vuelta, además, en su contra- abrió en las costuras de la ciudad, se dio el visto bueno al proyecto bautizado «Gran Bulevar» (viviendas y zona deportiva, hotelera y comercial), algunos albergábamos la esperanza de que, esta vez, la creciente concienciación sobre la importancia de preservar árboles señeros y tratar el entorno con el cuidado necesario, se tomaría en cuenta. Lamentablemente, no ha sido así. Y, tristemente, bajo un Gobierno local que patrocina unos valores distintos de los que alentaron las amenazas iniciales al aligustre, se ha verificado el atentado con la tala y destrucción del ejemplar, con los responsables públicos en materia de medio ambiente y urbanismo demostrando una ineficacia e impotencia que saldrá cara y, seguramente, maldecirán.

Hasta que no comprendamos que los valores del patrimonio natural exigen respeto y coherencia básica en quienes dicen propugnarlos, y constancia y acierto en dicha defensa, seguiremos repitiendo errores que tendremos que lamentar. Servirá de poco promocionar en nuestros hijos la sensibilidad hacia el medio y singularmente hacia los árboles (como en la magnífica Historia de una semilla que días después de sucedido ésto hemos podido ver en el Teatro Filarmónica) si en el último lugar de las preocupaciones se encuentra el respeto a nuestro patrimonio verde.

Que el ser humano tiene una cuenta pendiente con el medio natural, y que, sobre todo, su irresponsable relación con el planeta que le cobija pone en riesgo nuestra propia supervivencia colectiva, lo atestiguan cientos de ejemplos diarios, como hemos podido comprobar una vez más, sin necesidad de rebuscarlos en las noticias ni en la red. En nuestra fatua superioridad, jugamos con la vida y la muerte y despreciamos el legado de la naturaleza, sustituyéndolo por representaciones artificiales y objetos de consumo, mientras revestimos el cambio bajo el ropaje de una supuesta, fea y grosera modernidad.