«Esto sí no es el problema: en México siempre que se busca un cadáver se encuentran muchos otros en el curso de la pesquisa». Eso lo escribió José Emilio Pacheco (premio Cervantes en 2009) en Tenga para que se entretenga, uno de los cuentos incluidos en el libro El principio del placer. Y lo hizo en 1972 como parte de una ficción que un año más tarde le valdría el premio Xavier Villaurrutia.
Pero hoy México no es como en 1972.
Nada lo es.
La ficción ha dejado de serlo, y los muertos en ese país siguen apareciendo: buscados o no.
Hace un par de semanas, el nuevo gobierno le declaró la guerra a uno de sus enemigos más silenciosos. A uno de sus cánceres más enquistados. El nuevo presidente, López Obrador, decidió combatir frontalmente al huachicol: el robo de gasolina en los ductos de Pemex (la que fuera una de las petroleras más importantes del mundo. Hoy, con un déficit de 96%, es la más endeudada). Su estrategia, como siempre, ha generado un creciente descontento en buena parte de la población, porque la mayoría ya padece por algo que jamás hubiese sido imaginado allí: el desabasto de gasolina. Pobreza siempre ha habido, aunque no por la falta de recursos: todo lo contrario. Pero al final, en política, la estrategia es lo que cuenta, no las intenciones (pese a que el populismo sostenga lo contrario).
El viernes pasado explotó una toma clandestina. Otra de tantas (se estima que hay más de 12.500 en todo el país). Y sucedió en una pequeña localidad de Hidalgo en la que los vecinos, desde hace años, sustraen de forma ilegal el combustible en canales clandestinos (conectados a los ductos del Estado). En pocas palabras: robando. Tal vez por necesidad. Tal vez por demanda. Tal vez por las dos. Y tal vez por otros muchos motivos más. El punto es que nuevamente hay muertos. Casi 80, el mismo número de heridos, así como decenas de desaparecidos. Y ha vuelto a ser noticia (¿realmente lo es?).
Gente pobre robando gasolina, políticos contra políticos (unos reclaman el Estado de derecho, otros venden el derecho del Estado), el crimen organizado haciendo negocio, y la sociedad en franca división. Pero también hay quemados y hay memes. Hay víctimas, hay mártires. Hay cadáveres y hay culpables: lo peor es que los primeros se pueden identificar, los segundos es mucho más difícil.
¿Qué explica mejor este fenómeno? ¿La insulsa e inepta declaración de un político contemporáneo, o un meme?
En una guerra como esta, en la que el gobierno, las mafias y la sociedad son cómplices y enemigos a la vez, un meme, sin duda, muestra quirúrgicamente la profundidad del conflicto. Y como parece que siempre ha sucedido: los dueños del humor aparecen como los poseedores de la razón.
«Antes de robar gasolina» (y se muestra a un muñeco hecho con nubes blancas de marshmallow). «Después de robar gasolina» (el mismo muñeco completamente carbonizado). Y las redes sociales colapsadas en risas. «No me dan pena, eran huachicoleros», escribió alguno.
En otro, la imagen de gente envuelta en llamas huyendo de la explosión. ¿El título? «El baile del huachicol». Y un tsunami de risas en las redes.
¿Toma partido en el conflicto quien se ríe ante la imagen de alguien que murió calcinado por robar gasolina?
Un síntoma de la infección. Tras semanas de desabasto de gasolina en las principales ciudades del país (la Ciudad de México está considerada una de las más caóticas del mundo, en términos viales) el problema apunta a lo político. No sólo a lo social. Los detractores del recién estrenado presidente cuestionan sus estrategias radicales. Pero al haber destapado la cloaca salió, desde lo más profundo de la podredumbre del Estado, que los dos gobiernos anteriores (de Peña Nieto y de Calderón) estaban en contubernio con el hampa de este fructífero negocio ilegal. Y la división social no ha parado de crecer. Y los memes, como churros, no paran de salir. Este ya no es un cuento de «buenos» y de «malos».
Simplemente es uno en el que otra vez hay muertos. Quemados. Desaparecidos. Lugares comunes en ese país. Como los hubo cuando Felipe Calderón decidió declarar frontalmente la guerra al narcotráfico.
Tomás Eloy Martínez sostuvo que «los números impactan, pero no conmueven». La cercanía y la distancia, la compasión y la empatía se cuentan a través de las historias, no de las cifras: pero parece que el relato, en estos días, lo construye el humor digital en forma de meme.
Finalmente, las palabras de José Emilio Pacheco, hoy, ya no parecen ser una ficción. Son más reales que nunca: porque cada vez que se busca un muerto en México aparecen muchos más. Y tampoco parece que sea el principio del placer: porque aunque las risas en las redes sociales no cesen, todo indica que México está ante el principio irreversible de lo que será un largo dolor.
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