Una orgía de autoestima

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

22 ene 2019 . Actualizado a las 07:49 h.

Se decía que iba a ser la convención del rearme ideológico, pero las ofertas ideológicas han sido escasas, difusas y poco noticiosas. Lo más concreto fue la promesa de implantar en Cataluña un nuevo 155 contundente y de larga duración, y no parece que sea ni lo más factible, ni lo más conveniente para resolver el problema catalán. El 155 es un recurso extremo que, entre otras cosas, necesita justificación legal, flagrante delito, desobediencia de la Generalitat, sedición o rebelión. Lo dijo de otra forma Núñez Feijoo al preguntarse si iban a cometer el error de dejar las banderas de las autonomías y la lengua a otros partidos.

 De haber algún rearme, ha sido el de Pablo Casado, «líder como un castillo», dijo Aznar, que pasó de ser cómplice de Albert Rivera a padre protector del presidente del PP. Y de haber algo de ideología, lo ofertado se parece a la busca de un milagro: el milagro de conjugar liberalismo con dureza, centralidad con derecha contundente y distanciarse de Vox acercándose a su palabrería, con las únicas diferencias de la apuesta por el Estado de las Autonomías y la concepción de la violencia de género.

Lo que pretendió y creo que consiguió la convención ha sido lo que dijo también Feijoo en su memorable discurso: no se trataba de reinventar el PP, sino de reivindicarlo, reafirmarlo y reforzarlo. Eso ha sido la convención: reivindicar, reafirmar y reforzar al PP frente a quienes le roban los votos; hacerlo la «casa común» de todas las derechas; invitar a los descarriados a volver a la única religión verdadera y convencerlos para ese retorno. Fuera del PP solo cabe la apostasía, de la apostasía viene la debilidad, y en la debilidad se asienta la victoria del socialismo y de los enemigos de la patria. En ese sentido, el fantasma de Vox sobrevoló la asamblea y nadie lo quiso citar, porque citarlo sería el peor pecado que se puede cometer en política: el de publicitar y dar importancia al adversario.

Hemos visto, por tanto, un clamor por la unidad de las derechas, una reclamación de la hegemonía del PP en ese laberinto y todo ello condimentado por lo imprescindible en situaciones de crisis: un baño de autoestima. Hubo tanta, que más que de baño se puede hablar de orgía. Nunca el PP se elogió tanto a sí mismo. Nunca desbordó tanta euforia sobre su fortaleza. Nunca se hizo tanto esfuerzo por elevar la moral militante. Parecía una arenga deportiva, casi militar, más que una reflexión política. Ahora la cuestión es saber si consigue cambiar la intención de voto que detectan las encuestas. Porque no nos engañemos: el PP no necesita refundarse ni fabricar ideología, que la trae de serie. Emparedado entre Ciudadanos y Vox, necesita soltarse y resucitar.