El callejón del Gato

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

26 ene 2019 . Actualizado a las 10:25 h.

Existía en Madrid, en una pequeña calle del centro, un establecimiento -Salinas sostenía que era una carbonería y Zamora Vicente una ferretería- que tenía en su fachada a modo de reclamo comercial dos grandes espejos, uno cóncavo y otro convexo, que deformaban notablemente a quienes se miraban en ellos.

Fue una atracción muy popular a finales del siglo diecinueve, y basándose en los espejos de la calle, mas bien callejón, del Gato, Valle Inclán creó el esperpento como genero literario, y en su obra teatral Luces de bohemia los dos espejos tienen un notable protagonismo.

Max Estrella, poeta ciego y estrafalario, basado en el personaje central de la bohemia madrileña, Alejandro Sawa, le dice a su compañero de aventuras y lazarillo intelectual, Latino de Hispalis, que España es una deformación grotesca de la civilización europea.

Y aquella sentencia sigue vigente en la realidad deformada que estamos viviendo, en donde se saltan a la torera -en expresión de cultura tradicional taurina- las mas elementales normas de convivencia, con la cómplice actitud de las autoridades de las tres administraciones que gobiernan el país.

La llamada huelga de los taxistas madrileños, que no respetaron el legítimo derecho de huelga que supone una serie de compromisos legales que van desde los servicios mínimos a la interlocución directa con los responsables de la convocatoria, ha sido una gigantesca algarada que dejó a los madrileños indefensos y sin posibilidad de usar ese medio de transporte, por un problema que a los ciudadanos nos es ajeno y que tiene que ver con la libertad de elección entre compañías multinacionales recién instaladas en este sector de transporte y los 22.000 taxis que circulan por Madrid.

El ministro de Fomento del Gobierno Sánchez se lavó las manos y trasladó el problema a las comunidades autónomas, y estas a los ayuntamientos, mientras los taxistas, uno de los gremios mas reaccionarios que existen, adoptaron el modelo de los chalecos amarillos de Macron, e incendiaron barricadas tratando de impedir el acceso a la Feria Mundial de Turismo que se inauguraba en Madrid y a la que los reyes tuvieron que acudir accediendo al recinto ferial por una puerta trasera. Y todo ello, huelga y algarada, con la simpatía solidaria y el apoyo a los taxistas de, pásmense, Podemos.

No se si somos una deformación o una triste caricatura de realidades y actitudes que deberían de estar superadas.

Los ciudadanos tomamos nota, y el eje de este conflicto patronal -los taxistas son en su mayoría autopatronos- está en el escandaloso tráfico de licencias municipales que son vendidas por el titular a precios superiores a los cien mil euros cuando el conductor habitual se jubila. A lo peor un análisis simplista de la realidad no deja de mirarse en el espejo cóncavo o convexo del callejón del Gato, y España sigue fiel al esperpento que tan bien definió don Ramón María, aquel genio que fue Valle Inclán.

Del chantaje de los taxistas catalanes aceptado por el débil Gobierno de la Generalidad catalana y su presidente, ni escribo. No merece la pena.