Lolo Rico y Rimbaud

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

27 ene 2019 . Actualizado a las 10:58 h.

La vida es muerte, siempre lo fue. Antes, la mortalidad en los partos (de bebés y de madres), la mortalidad infantil, la mortalidad por accidentes, por enfermedades, por guerras, por hambre y por frío. Hoy, con el dinero, la ciencia y la estética vamos apartando la muerte de la vida, y cuando la muerte no es el paso final, sino un tropiezo, nos trastorna mucho. 

Esta semana el niño Julen, y la escritora Lolo Rico, creadora de La bola de cristal y amiga mía. El niño, por su trágico traspiés, por su edad, se metió en nuestras vidas y lideró, sin querer, las audiencias que de otra forma seguirían a vueltas con Chavelita Pantoja. Lolo Rico, que arrastraba una enfermedad cardíaca desde hace mucho, pasó fugaz por las necrológicas de prensa y los telediarios.

Cuando yo conocí a Lolo Rico, hace ya quince años, veraneaba con unos perros labradores en Baiona o tal vez en Playa América, no recuerdo bien. Luego se fue a vivir a San Sebastián. Me presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid El niño que dibujaba gatos, una antología de cuentos japoneses. Nos hicimos amigos.

 A veces me llamaba para preguntarme o proponerme algo. Luego me pidió una traducción del francés y yo le di las Cartas Abisinias de Rimbaud, que aceptó de mala gana.

Lolo Rico era comunista y Arthur Rimbaud un decadente traficante de armas. Sin embargo con su trabajo entró en el alma del poeta y tomó partido por él contra su madre. Desde entonces nadie pudo hablar mal de Rimbaud delante de Lolo Rico. Ni ahora de Lolo Rico delante de mí.