Más allá de Errejón

OPINIÓN

02 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos años una alumna mostró reticencias a mi calificación porque lo que había puesto en el examen estaba en los apuntes. Le hice notar con educación que la cuestión no era si lo que había escrito estaba en mis apuntes, sino si era la parte de mis apuntes que contestaba a la pregunta. Con frecuencia lo importante no es la validez de nuestras certezas, sino su aplicabilidad al caso que se discute. El volantazo de Errejón suscitó, lógicamente, reacciones. Algunos análisis inciden en cuestiones de más calado que el rifirrafe de Podemos y pueden considerarse el contrapunto de esa desconfianza hacia los partidos políticos tradicionales que llevó al 15 M y a la irrupción de Podemos. El movimiento de Errejón, según estos análisis, es la gota que colma un vaso que ya era indigesto desde Macron y que banaliza la política hasta un punto que reclama rehabilitar la estructura tradicional de los partidos. Podemos sintetizar la parte de verdad y de insuficiencia de estos análisis, antes de ver si son de aplicación al caso de Errejón o si les pasa como a mi antigua alumna y son la parte de los apuntes que no contesta a la cuestión.

La agenda de la actualidad y sus prioridades se establecen en los medios de comunicación, tanto de formatos tradicionales (prensa, radio, televisión) como de formatos recientes (ediciones digitales, blogs, redes sociales). En un formato u otro, los medios más influyentes son los mismos. Es poco probable que nadie pueda afectar significativamente a la opinión y decisiones de la gente sin comunicarse a través de los medios. La política se hace en los medios de comunicación. No nos tiene por qué gustar esto, pero es lo que hay. Los medios viven de una audiencia que busca en ellos sobre todo entretenimiento. Ningún medio es rentable si no entretiene y todo lo que ocupe un espacio significativo en ellos tiene que entretener. La información y la política también. Esto exige que la información no sean datos, noticias y análisis, sino historias, relatos con buenos y villanos, con poblaciones a las que hay que salvar o proteger, traiciones, victorias y derrotas. Tiene que haber suspense. Un señor yendo a un supermercado no crea curiosidad por un desenlace. Si va desnudo y con una pistola, sí. La actualidad política tiene que ser permanentemente algo que apunte a un desenlace inminente, siempre debe empezar una historia o dar un giro la que está en curso y siempre debe alimentar la expectativa de que algo va a culminar, de que estamos al borde de algo. Es una evidencia que puede observar cualquiera. Los medios empaquetan la política y la vida pública en el formato de entretenimiento que les es propio y no hay más política que la que se practica en los medios. La que se hace al margen de ellos no tiene incidencia, salvo que sirva para madurar lo que aparezca después en los medios.

Las ideologías y grandes sistemas de pensamiento no tienen cabida en esta política espectáculo y pesan cada vez más los personajes. Macron es el prototipo, pero no el único caso. Con la política centrada en el personaje, se disparan los chismorreos y la búsqueda de escándalos y toman más relevancia los hechos empaquetables en un relato que los trascendentes. Así, la opinión pública se soliviantó más con las cutreces del máster fantasma de Cristina Cifuentes que con la acción delictiva sistémica de su partido en Madrid, porque los entresijos del primer caso forman una historia inmediata y abarcable. La banalización de la vida pública es una verdad que no se les puede negar a estos análisis que menudean estos días; y también que la anemia ideológica es parte de esta trivialización. Esos son los dos cocos que despertó Errejón: la personalización y la transversalidad ideológica. Ada Colau, Carmena, plataformas y mareas formarían parte de eso que Macron resume en una sola imagen. Y ahora Errejón. Los partidos políticos serían entonces manifestaciones más cabales de la política que estos personajes y confluencias postmodernas.

Pero las verdades se convierten en errores cuando se simplifican demasiado. La desconfianza en los partidos políticos no viene de que sean aburridos para la televisión. En los años ochenta, en los corrillos que preceden a las elecciones a Rector, hubo quien sugirió un Vicerrectorado para Gijón, para dar peso al campus gijonés en el gobierno. Con buen juicio otros hicieron ver que eso no acercaba a Gijón al gobierno, sino que lo alejaba. Un problema de ordenación académica no se trataría con el Vicerretorado de Ordenación Académica, sino con ese Vicerrectorado interpuesto que haría al resto del Rectorado más lejano. Y es una evidencia que los partidos habituales son una estructura que alejó de la participación política a los ciudadanos interesados y hasta movilizados por los asuntos públicos. Se hicieron estructuras rígidas, opacas y endogámicas, que llegaron a alterar la forma del Estado y engulleron instituciones clave en su metabolismo (véase el poder judicial y la composición del Tribunal de Cuentas). Estas plataformas electorales y personajes como Carmena no son pulsiones guays postmodernas. Son actos de participación normal en la vida pública. Y la transversalidad no es ausencia de ideología. Es la actitud elemental de intentar convencer a más gente de la que tenga tu ideología; y es no poner tu ideología como argumento de lo que propones. Existe la banalización que lleva a Macron y a la asepsia ideológica, es decir, a la falta de principios (y de escrúpulos). Pero no están en ese saco todas las mareas ni todos los personajes singulares. Pedro Sánchez tiene más que ver con esto que Carmena, con su famoseo de cargos públicos, sus bandazos con los barcos de inmigrantes y su simpleza sobre Venezuela a las órdenes del emperador loco.

Meter al episodio de Errejón en la política espectáculo es contestar con la parte de los apuntes equivocada. Sin enredar en los cansinos entresijos previos, la situación es esta: 1. Podemos tiene un músculo electoral y una incidencia real en la política nacional que no se puede desperdiciar intentando resetear el sistema y partir de cero. Tiene que ser parte sustantiva de lo que pase. 2. Podemos se encogió y se endureció. Apareció como una fuerza de izquierdas, pero transversal en el mejor sentido. Ahora es, con IU, la fuerza menos capaz de convencer a quienes no tengan la ideología que se les atribuye. Tiene una base electoral notable, pero que solo puede encoger y no crecer. 3. El movimiento de Errejón suscitó más sonrisas y optimismo que preocupación. Sonaron ecos de los primeros tiempos y se espesaron materiales sueltos y dormidos que Podemos había dejado fuera en su contracción. 4. Podemos no puede presentarse al margen y contra Carmena y Errejón en Madrid. Deberían haberlo entendido desde el principio y haber buscado el mensaje que los hiciera parte del mismo caudal simbólico. 5. La reacción de la dirección de Podemos fue impulsiva y petrifica los límites de Podemos. La última carta de Pablo Iglesias parece escrita con los dientes apretados. La política obliga a comerse sapos a veces, aunque haya razones para mascullar. Y 6. El movimiento de Errejón fue arriesgado y tiene poco tiempo para hacer algo. Está siendo como la Rebeca de Hitchcock: una ausencia de la que todos hablan. Pero tiene que proponer algo enseguida y mostrar tracción para que pueda significar algo que incluso trascienda Madrid.

La desnaturalización de la democracia es un proceso en curso y de más alcance que una crisis puntual en Podemos. Pero esa crisis no es parte de ese proceso. Se da sentido a las cosas integrándolas en un conjunto mayor para hacerlas apuntar hacia alguna parte. Podemos dio sentido conjunto a movilizaciones e inquietudes dispersas e introdujo el principio de ser una herramienta para que la participación en los asuntos públicos sea posible y con sentido. La crisis de Errejón es una oportunidad. Podemos sólo puede ser lo que quiso ser formando parte de cauces más amplios y sin ser un grumo en la papilla. En su forma actual sólo puede menguar.