Contra la pureza

OPINIÓN

14 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Siempre ha habido gente capaz de exhibir integridad y pureza. Héroes abnegados por el bien de todos. Pero hace mucho que pienso que es como la integridad y pureza de los sacerdotes, que se viene abajo en mayor o menor medida, generalmente menor y generalmente de edad, en cuanto se escarba un poco en las vidas de quienes la exhiben.

La pureza de obra o espíritu no existe. Pero sí existe su promoción. Las religiones promocionan la pureza, y mucho me temo que determinada política también. Las últimas semanas he reflexionado sobre esto a raíz de que Podemos tumbara en el Congreso de los Diputados el decreto de reforma del alquiler. No quería dejarme llevar por la ira momentánea y la escasa digestión de lo acontecido, algo tan humano como comprensible, por otro lado. Todos sabemos cómo terminó el asunto.

Como señaló la vicesecretaria y portavoz del PSOE, el pacto por la reforma incluía a varias formaciones, no solo a Podemos. Por eso, es inevitable ceder en algunas cuestiones. Es aquí donde entra la pureza y la presunta integridad. Esa integridad al final ha sido más bien la integridad del anterior gobierno, que está viendo que su reforma de 2013 sigue vigente, pero los héroes que cobran varias veces lo que yo no están para esas zarandajas.

La pureza y la integridad se pueden mantener con un buen sueldo. Cuando, por poner un ejemplo, con apenas treinta años puedes pagarte una casa de 600.000 euros, toda integridad es poca. El problema con la integridad y la pureza es que la esgrimen quienes no la necesitan y la sufrimos quienes prescindimos de ella. Como los curas, exacto.

Vivir de alquiler siempre ha supuesto una especie de castigo para quienes no pueden acceder a una vivienda en propiedad. Probablemente la reforma era insuficiente, y probablemente habría que haber seguido intentando cambiar el delirante mercado del alquiler si se hubiera aprobado. Pero nadie me va a convencer de que es mejor volver a 2013, aunque ya sabemos que esta gente puede intentar convencernos de que así es, y para eso son capaces de hacerte tu autocrítica, de hacerte reflexionar en la dirección correcta, en la suya. Ellos a ti, sí, esa es la autocrítica.

Me parece muy bien que algunos quieran aparentar ser puros, dignos e íntegros. Lo que pasa es que la gente no se alimenta de pureza. Ni tan siquiera Irene Montero, Pablo Iglesias o Alberto Garzón lo hacen. Es mentira. La pureza, la integridad, como los sermones de un cura, son para la plebe. Eso de no venderse, de no ceder, es una virtud que sólo unos pocos se pueden permitir, suponiendo que sea una virtud.

Miren, desde que apenas siendo un adolescente empecé a frecuentar ambientes de izquierdas, me di cuenta de que la gente de izquierdas era más tendente a la integridad cuanto mejor era su posición social. Luego crecen y se les pasa, o igual llegan hasta el Congreso y votan contra la reforma del alquiler poco después de adquirir un chalé de lujo, qué sé yo. Otros simplemente desaparecen entre estertores políticos de pureza.

Hace años conocí a unos tipos que eran muy radicales políticamente. Lo eran tanto que todo les parecía fascismo y opresión. Algunos de ellos salían por ahí con menos de veinte años con diez talegos en la cartera cualquier sábado. Solían mirarte regular por la tibieza de tus ideas por muy radicales que fueran. Después de años de perderles la pista, me encontré con uno de ellos en los medios. Él y sus colegas habían okupado un edificio en Madrid que permanecía cerrado por algún asunto de herencias. Los pisos eran de lujo, mostraron todo aquello a las cámaras. Un retortijón me recorrió las entrañas al ver a aquel tipo de familia pudiente alardeando de integridad y de lo mal que está la vida, oiga. Al final, el tipo volvió al redil de papá y hoy funciona económicamente mejor de lo que yo podré hacerlo en toda la vida. Pero en su día, por Durruti que aquel era el tío más íntegro y más que tú en todo, más noble y abnegado, más fiel a la causa, un guerrillero cuyo único propósito en la vida era redimir a la clase obrera, aunque sea sin ella. Es más, preferiblemente sin ella. Su causa, al final, solo era la suya. Siempre fue únicamente eso.

Hoy he visto que Rafa Mayoral ha acudido a intentar evitar un desahucio en Madrid. Esa es la integridad. La fachada. Lamentablemente, los hay más íntegros, incluso integristas en el sentido religioso, que de alguna manera van a entrar en el próximo gobierno y van a liberalizar el mercado del alquiler todavía más. Los íntegros de ahora, como Rafa Mayoral, quizá lloren la oportunidad perdida, pero ya será tarde. Ya es tarde.

Aunque pensándolo bien, seguramente seamos otros los que lloremos por esto. Los impuros.