De error en error hasta llevarnos a un desenlace desconocido. Así están siendo los dos últimos años en la política española. Desde la mala gestión de Rajoy en la crisis catalana, pasando por su fallo al calcular las posibilidades de éxito de la moción de censura hasta llegar a la cadena de errores de Sánchez. Ingenuamente pensó que podía sacar adelante la legislatura apoyándose en dos grupos, ERC y PdeCat, que han demostrado que solo les interesa lo suyo. Y lo suyo no es el bienestar de los catalanes ni conseguir unas mayores inversiones en su territorio, sino salir indemnes del juicio del Supremo y seguir insistiendo en la independencia.
No parece que la convocatoria de elecciones vaya a sacarnos del atolladero político. Sánchez ha dejado algunas muestras de políticas sociales para movilizar a los suyos, y algo remontará, pero difícilmente logrará unos resultados para gobernar con holgura. El PP de Casado, la alternativa tradicional al PSOE, no acaba de encontrar su sitio. Cuando no intenta taponar la sangría de votos que le causa Ciudadanos, se escora burdamente a la derecha y compra argumentos desconocidos en los conservadores hasta que Vox ha asomado la patita. Ciudadanos siempre es la gran esperanza, pero tiende defraudar en las grandes citas, cuando aflora su debilidad y su falta de estructura en la mayoría de comunidades. Por no hablar de Podemos, empeñado en perder opciones día tras día con sus luchas de egos.
Pero al menos al votar los españoles se expresarán. E indicarán a los partidos que el camino es negociar e, incluso, coaligarse con el rival para gobernar. Algo que sigue causando sarpullido en este país, en el que los gobiernos solo están cómodos con las mayorías absolutas porque ceder y llegar a acuerdos con el otro siempre es visto como verderse al enemigo. Es hora de cambiar.