Héroes y monstruos

OPINIÓN

28 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay personas que no se conforman con que una obra de arte o entretenimiento (nunca he sabido diferenciar) les guste. Necesitan, además, que esa obra sea moralmente intachable. Es más, prácticamente se exige a los autores que ellos mismos lo sean: que su conducta vital sea la propia de un santo, que su pasado sea irreprochable y su presente sirva como ejemplo de vaya usted a saber qué virtudes y, ante todo, que tome partido, aunque  tomar partido y significarse siempre se hace de manera absolutamente arbitraria.

Lori Maddox, famosa groupie de los años 70, asegura que perdió la virginidad con David y Angela Bowie. El problema es que ella contaba trece o catorce años cuando aquello ocurrió. Siendo menor de edad también se acostó con Jimmy Page, con quien sostuvo un delirante romance cuya ruptura ella no se tomó demasiado bien. Lori era amiga de Sable Starr, otra groupie que anduvo con Iggy Pop con trece años. A Starr los Stooges le tiñeron el vello púbico de verde cuando tenía quince. Sable terminó con Johnny Thunders de New York Dolls, heroinómano celoso que terminó propinándole varias palizas. La madre de Lori Maddox, por su parte, encontró a Jimmy Page todo un caballero y no puso pegas a la relación que mantuvo con su hija.

En cambio, a Woody Allen se le ha dado mal aparentar. Es bajito, feo y judío. A pesar de que no se pudo probar que abusara de su hija menor de edad, periódicamente vuelven a surgir las historias más o menos tenebrosas sobre aquello, y lo que no se logró demostrar en un juzgado por falta de pruebas y por la existencia de informes médicos que negaban las acusaciones se pretende hacer pasar por verdadero al calor del movimiento MeeToo. Todo el mundo ve culpable a Allen, y ya he perdido la cuenta de artículos sobre su relación con Soon-Yi plagados de mentiras y medias verdades, el último de ellos esta misma semana, en el que incluso se analizan sus películas a partir de los hechos no demostrados de la vida real del director.

Muchos actores que conocían lo ocurrido cuando trabajaron a las órdenes del neoyorquino han asegurado después de esta resurrección del caso que no volverán a trabajar con él. Pura hipocresía para que no les pille el toro del  MeeToo. Pero lo que me pregunto, y es este el porqué de la columna de hoy, es cuánta gente de la que lloró lágrimas de cocodrilo por la muerte de David Bowie y el vacío existencial que les ha dejado ha crucificado para sus adentros o para sus afueras a Woody Allen y se ha olvidado convenientemente de Lori Maddox. Esta amnesia selectiva tiene que ver con el mero postureo, poco más que las ganas de ponerse una medalla que es la toma de posiciones con respecto a un movimiento que en algunas ocasiones se basa únicamente en el testimonio.

Todo este afán vengador y justiciero solo tiene  sentido si quienes lo aplican no tienen dos varas de medir. Si no se puede desligar la figura del autor de su obra, como sostienen algunos, esto es válido tanto para Woody Allen como para David Bowie. La única diferencia es que de lo de Bowie podemos estar seguros.