España, lo único importante

OPINIÓN

05 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

«En las postrimerías de esta centuria ha sido posible, por primera vez, vislumbrar un mundo en el que el pasado ha perdido su función, incluido el pasado en el presente, en el que los viejos mapas que guiaban a los seres humanos, individual y colectivamente, por el trayecto de la vida ya no reproducen el paisaje en el que nos desplazamos y el océano por el que navegamos. Un mundo en el que no solo no sabemos adónde nos dirigimos, sino tampoco adónde deberíamos dirigirnos». Con estas desesperanzadas palabras describía Eric J. Hobsbawm el final del siglo XX, las dos primeras décadas del XXI no le habrían hecho cambiar de parecer.

El empeño en el olvido ni resulta inocuo ni es inocente, más bien trata de vestir como nuevo el retorno a lo peor del pasado. No es fácil comprender cómo puede haber judíos no solo racistas, sino incluso neonazis. Aterra que no se recuerde que las patrias y sus banderas e himnos sirvieron de pretexto para causar tanta muerte y barbarie en la Edad Contemporánea como las religiones en la Moderna. Por la patria murieron millones de personas en la inútil Gran Guerra y por la patria volvieron a movilizar a sus hijos o hermanos Mussolini, Hitler o Franco. Todos eran acérrimos enemigos del cosmopolitismo, algo que Stalin, nacionalista ruso, aunque de origen georgiano, compartió con ellos, prueba suficiente, si hiciera falta, de que fue cualquier cosa menos marxista. La historia nunca fue maestra de la vida, pero su olvido, o su deformación, solo ayuda a quienes proponen el retorno a recetas que solo conducen a la barbarie.

No creo que sufra un desvarío porque el patrioterismo de la nueva/vieja derecha sin complejos me haga recordar al Fraga Iribarne de 1977, con sus tirantes rojigualdas y el eslogan de «España, lo único importante». Lo rodeaban, en Alianza Popular, los llamados «siete magníficos», que, en realidad, eran bastantes más. Algunos actos parecían un consejo de ministros de Franco. En sus candidaturas al congreso y al senado figuraban ¡79 procuradores de las Cortes franquistas! Hasta estaba Torcuato Luca de Tena.

Si se repasan los discursos de Fraga, Silva Muñoz, Fernández de la Mora, Utrera Molina, Licinio de Lafuente, Martínez Esteruelas, Arias Navarro y compañía se puede comprobar cómo España ya estaba entonces en pleno desgobierno, aunque el Sánchez de la época se apellidaba Suárez, y a punto de desaparecer, amenazada por la tibieza del centro, el separatismo y el marxismo, estos siempre en connivencia. En realidad, esto solo probaría que España es indestructible, indisoluble, no creo que haya ningún país en el mundo con tantos enemigos, interiores y exteriores, obsesionados con destruirlo durante siglos y que haya sobrevivido tan entero.

Licinio de la Fuente llegó a afirmar en la campaña que no era necesario un proceso constituyente sino reformar la Constitución... Es decir, las leyes fundamentales de la dictadura. De hecho, solo la mitad de los diputados AP votaron a favor de la nueva Constitución democrática; afortunadamente, solo había obtenido 16.

No sé si el olvido habrá vuelto al pueblo español insensato, pero me reconforta recordar la alegría que me dio la catástrofe electoral de Alianza Popular en 1977, confío en que les dé el mismo premio a sus herederos. Ahora no leen párrafos del testamento de Franco en sus discursos, ni elogian abiertamente, salvo algún desliz, los supuestos logros de la dictadura, pero su España de pasado siempre glorioso, saturada de banderas, uniforme y caracterizada por el pasodoble y el fandango, los toros y las procesiones era la que ya disgustaba a Jovellanos y León de Arroyal, la del padre Vélez y el Filósofo Rancio, la de la limpieza de sangre, la unidad de destino en lo universal con vocación de imperio. Viril, por supuesto, como eran el fascismo y el falangismo, como lo son Putin, Trump y Bolsonaro. No huele a naftalina, huele a muerto.

No me gusta dramatizar, afortunadamente, no vivimos en los años treinta, pero el daño que puede hacer esta derecha nacionalista radicalizada, combinado con el que hace el nacionalismo catalán también lanzado a la intolerancia, no es despreciable. La antigua Yugoslavia no está lejos en el tiempo, ni en distancia. Un choque de nacionalismos airados es la peor perspectiva posible.

Una notable diferencia con 1977 es que el centro ha desaparecido, eso recordaría más a 1982, aunque el conflicto catalán lo envenena todo, pero el PSOE tiene la ventaja de que se lo han dejado en bandeja.

La desmemoria ha conducido a que los que rechazaron la Constitución se la apropien y repartan credenciales de «constitucionalistas». Lo sorprendente es que eso haya llegado incluso a la universidad, al menos a la de León, donde se conmemora, de forma que solo puedo definir como extravagante, el doble aniversario de la Constitución y de su fundación, con notable e inexplicado protagonismo de políticos del PP y ninguna presencia de historiadores, historiadores del derecho o especialistas en derecho constitucional, aunque esta última ausencia se puede compensar con la intervención de María Emilia Casas. Bien es cierto que el anterior rector, que sí participará en esos extraños fastos, suena como candidato de Vox. Hay motivos para el pesimismo, pero no perdamos la esperanza y a la hora de votar no olvidemos que lo importante no son las naciones, sino las personas y que, como sostenía la Ilustración, la búsqueda de su felicidad debe ser el mayor objetivo del gobierno.