Si este va a ser el tono inane de la campaña electoral, estamos apañados. Aunque nos vamos a divertir. En los últimos días hemos visto cómo el partido de la ultraderecha neofranquista (al que en esta columna no se le va a hacer más propaganda) sigue el manual del perfecto idiota trumpiano, lanzando cebos como las armas o la construcción de un muro en Ceuta y Melilla, en los que pican sus adversarios y magnifican algunos medios de comunicación, quién sabe con qué aviesas intenciones. Por su parte, el número dos de Casado, Suárez júnior, inventa una nueva forma de aborto: matar al niño después de que nazca y luego dice que tuvo que llamar a un despacho de Nueva York para que le confirmaran que era una patraña. También nos enteramos de que Iglesias ha limpiado el culo y puesto los pañales a sus dos bebés durante tres meses y sostiene que eso le capacita más para presidir el Gobierno. Además, se pasea por las mismas televisiones que asegura que lo boicotean. Cuatro entrevistas en ocho días. A todo esto, Alberto Carlos Rivera suplica a Casado que le deje entrar en un supuesto Gobierno de coalición y ambos se reparten los ministerios como si ya hubiesen ganado. Y Aznar tira de chulería y reta a los que llaman derechita cobarde a su partido a que le aguanten la mirada. Que ya hay que tener estómago. En el otro lado, Iceta irrumpe como elefante en una cacharrería diciendo que «si el 65 % de los catalanes quieren la independencia, la democracia deberá encontrar un mecanismo para encauzar eso». Un torpedo en la línea de flotación de la estrategia de Sánchez, al que interesa una campaña de perfil bajo y en la que se hable lo menos posible de Cataluña. El trabajo ya se lo están haciendo Casado y Rivera.