La fábrica del tiempo

OPINIÓN

ED

07 abr 2019 . Actualizado a las 12:31 h.

Sólo se podía desembarcar en la playa. Ittoqqortoormiit es uno de los lugares más aislados de Groenlandia, y por tanto del mundo. Únicamente es accesible por helicóptero cuando el tiempo es bueno, y por mar cuando el hielo no bloquea la bahía de Scoresby Sund. Al bajar por la escalerilla del barco a la zódiac la tripulación rusa nos había dado las últimas instrucciones: «No salgan del pueblo, hay osos polares todo alrededor. Es posible que los esquimales estén borrachos. No se lo tomen a mal, es un problema muy serio en este país. Y no se acerquen a los perros de tiro». Mientras la zódiac iban hacia la costa, sorteando los grandes trozos de hielo desprendidos de los glaciares, que eran como muelas arrancadas a un gigante, se veía a los niños concentrarse en la playa, curiosos. Por las laderas trepaban las pequeñas casas de madera pintadas de colores vivos, comunicadas por barrizales. En una de las colinas, dominando el pueblo como un objeto del espacio exterior, se alzaba la estación meteorológica danesa, con sus enormes antenas cóncavas.

Desembarcamos. Algunos de los niños nos escoltaron hasta las casas, mientras otros se quedaban curioseando en las zódiac. Había esquimales hundidos en el sopor del alcohol. El lugar tenía un aire surreal: el alboroto de los niños, los ladridos de los perros de tiro, los contenedores rojos de la Royal Artic Line que había repartidos por todo el pueblo, como piezas de un enorme Lego de colores…

Decidimos ir a la estación meteorológica. Los dos científicos daneses que trabajaban allí nos recibieron con una obsequiosidad desesperada. «Este sitio es un aburrimiento», decían. «El invierno es duro. ¿Los inuit? Nos hacen el vacío. Son un pueblo extraño. Sólo piensan en esquilmar la fauna y están borrachos todo el día. El gobierno les permite cazar focas y osos para que al menos se ocupen en algo». Nos llevaron a los ordenadores y nos mostraron lo que hacían allí. «Aquí está la fábrica del tiempo de Europa. Si medimos una presión atmosférica baja quiere decir que soplara el viento del oeste y el invierno será suave, si las presiones son altas soplará el viento del norte y nevará».

Pocos mapas hay más hermosos que un mapa del tiempo. En él están inscritos los vientos, la lluvia, las nubes, la brisa de una mañana, el sol que calienta los huesos de los viejos sentados a la puerta de sus casas. Es un mapa que contiene todos los paisajes, cifrados en un código que el meteorólogo sabe leer. Estábamos, en efecto, en la fábrica del tiempo. Era allí donde la presión atmosférica decidía si lloverá en Ourense o si nevará en Berlín, si el viento cálido del oeste traerá a Europa la fragancia de las tormentas. Los cambios de presión sobre Groenlandia derrotaron a Hitler en la campaña de Rusia de los años 40, trajeron los dulces inviernos de la década de los 50 y las nevadas de mi infancia en la Galicia de la década de los 60. Estos últimos días ha llegado un viento frío directamente desde Groelandia, y con él me vino este recuerdo de Ittoqqortoormiit.

Se escuchó la bocina de nuestro barco, como un mugido en la bahía. «No se vayan todavía, por favor», nos rogaban los científicos. «Tenemos tan pocas visitas... Vamos a lanzar nuestro globo sonda a las doce, es lo único interesante que hacemos en todo el día...».

En la playa, los niños habían sacado nuestros chalecos salvavidas y se los habían puesto, jugando. Mientras volvíamos al barco, sorteando el hielo, uno de los marineros rusos nos señaló algo en el cielo. De la estación meteorológica subía un pequeño globo aerostático, camino de la estratosfera.