Michigan

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

07 abr 2019 . Actualizado a las 10:04 h.

En un solo instante de dolor, justo antes de que los analgésicos actúen, es fácil albiscar a qué tipo de suburbio puede llevarte el sufrimiento. Una simple crisis nefrítica, intensa pero irrelevante, es suficiente para olfatear que hay padecimientos feroces que convierten la muerte en un deseo de paz innegociable. Hay quien ante la adversidad biológica sobrevenida se marcha a Michigan. Lo hizo Antón Reixa durante los 18 días de un coma inducido con drogas legales para tratar de reparar su cuerpo maltrecho y un esqueleto atropellado. El suyo fue un viaje con retorno aunque en su on the road se quedó un tipo de Reixa que empujó a un tipo de Antón.

Pero otras veces es imposible volver de Michigan. Se lo implora María José a Ángel en una secuencia de amor total que sucede al margen del calendario. Electoral. Solo ellos conocen la sustancia exacta de la agonía y la duración eterna de un minuto con cuya medida especula precisamente Reixa en su Michigan, acaso Michigan (Xerais), en el que relata su viaje con retorno.

En el asunto de la eutanasia chapotean muy a gusto los cínicos. Porque los médicos administran cada día cócteles que zanjan agonías y existe una red que facilita los instrumentos adecuados para programarte una muerte digna. Pero todo se aborda con el sigilo que requieren los asuntos que no se pueden nombrar aunque sean del color rosa de los elefantes. El elogio del sufrimiento que prescriben algunas religiones es una auténtica mierda. El dolor humilla, degrada y amenaza tu condición de humana. Nadie tiene derecho a mantenerte en un suplicio total, crónico e irreversible. Todos sabemos que a veces lo único digno es morir. Sin aplazamientos.