La deriva venezolana

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

Rayner Peña

08 abr 2019 . Actualizado a las 08:23 h.

Es triste, deplorable y peligroso casi todo lo que está pasando en Venezuela (o lo que nos dicen que está pasando). Pero quizá todavía es más lamentable el esfuerzo de algunos intelectuales por justificar un régimen político acomodado en un despotismo no precisamente ilustrado. La realidad es que Venezuela tenía que ser uno de los países más avanzados de América Latina, porque dispone de riquezas y capacidades para ello, y sin embargo es uno de los más dañados. Incluso las fortunas privadas están saliendo del país, según datos recientes, y una parte de ellas, al parecer, con rumbo a España.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Paso a paso, desmán tras desmán, atiborrando la codicia de unos pocos y sembrando la miseria entre los demás. Hoy ya no queda casi nada de la Venezuela que yo conocí, cuando al frente del país estaba Rafael Caldera, el civil que por más tiempo gobernó el país y que por entonces tenía en la cárcel a un golpista frustrado de nombre Hugo Chávez. Visité entonces al presidente Caldera y escuché su mensaje muy esperanzado sobre el futuro de la nación. Él no tenía ni la más remota intuición de lo que iba a pasar, ni del horizonte chavista que iba a abrirse paso. Esto sucedió luego, con el consiguiente y progresivo descalabro social, económico y político, ahora tan difícil de reparar. Chávez ganó las elecciones el 6 de diciembre de 1998 y todo empezó a girar hacia un leninismo destructor de la democracia tradicional.

Estuve entonces también con algunos emigrantes gallegos que, a pesar de la inseguridad ciudadana, aún creían en el rutilante futuro de Venezuela y no pensaban en regresar a su tierra. No he vuelto a saber de ellos, por lo tanto no puedo acreditar sus posibles quejas o desencantos posteriores, pero sí sé que el mal se ha extendido y que aquella euforia ya no sobrevive. Me consta, eso sí, que muchos emprendieron el regreso a España. Uno de ellos, José María, natural de una aldea del norte de Lugo, se adelantó y, tan pronto como intuyó la deriva de la inseguridad y el desorden, lo vendió todo, regresó a su tierra y se acomodó en A Coruña, donde aún hace poco celebraba su acierto. Mientras, la incertidumbre sigue y Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, alimenta una esperanza aún incierta o vacilante.