La plaza de Colón no representaba a España

OPINIÓN

Fotografía de archivo de la foto de Colón en la que aparecen el presidente de Vox, Santiago Abascal; el presidente del PP, Pablo Casado; y el en ese momento presidente de Ciudadanos, Albert Rivera
Fotografía de archivo de la foto de Colón en la que aparecen el presidente de Vox, Santiago Abascal; el presidente del PP, Pablo Casado; y el en ese momento presidente de Ciudadanos, Albert Rivera Fernando Villar | Efe

30 abr 2019 . Actualizado a las 11:09 h.

Se ha convertido en un tópico afirmar tras unas elecciones que constituyeron una victoria de la democracia, en esta ocasión es doblemente cierto: por la derrota del radicalismo derechista autoritario y por la alta participación de los ciudadanos. Si algo demostraron los españoles es que no quieren un gobierno del que forme parte la extrema derecha, que rechazan el retorno de quienes desean volver a apropiarse del país y condenar como la anti-España a quienes no piensan como ellos, que no aprecian la estrategia del insulto y la violencia verbal, que no creyeron en los mensajes del miedo. La España real quiere reconquistar la convivencia perdida en Cataluña, la calidad de la enseñanza y de la sanidad, salarios dignos, vivienda a precios razonables; quiere prosperidad, paz y democracia, pero ve muy lejos la Edad Media y no añora el franquismo.

Ganó las elecciones un PSOE que supo sumar voto moderado y las perdieron Vox y el Partido Popular. Los primeros quedaron muy lejos de sus objetivos. Con un discurso nacionalista y agresivo, con un lenguaje cada vez más franquista, que los llevó a convertirse en «movimiento nacional» y a recuperar la condena a la «partitocracia» y el odio a la «anti-España», su liberal-pinochetismo, consistente en liberalismo económico y autoritarismo político y cultural, solo arrastró al 10% de los electores y movilizó en su contra a millones de demócratas que en otras elecciones se habían abstenido. El PP, en vez de intentar competir con la extrema derecha afirmando los principios del conservadurismo democrático, pretendió demostrar que no se diferenciaba de ella y terminó la campaña ofreciéndole un gobierno de coalición. La campaña de Casado y Egea se pareció demasiado, incluso en el lenguaje, a la de Abascal y Ortega. Muchos de sus votantes prefirieron el original a la copia, otros los abandonaron hacia posiciones más moderadas, es posible que incluso hacia el PSOE.

Las tres derechas de 2019 sumaron los mismos votos que PP y Ciudadanos en 2016. Una lectura simple de los resultados llevaría a concluir que los votos perdidos por el PP fueron a Vox y a los de Rivera, el problema es que votaron más de dos millones de anteriores abstencionistas ¿Ninguno de esos nuevos votos fue a Vox o a Ciudadanos? No es eso lo que decían las encuestas, ni lo que hace suponer la lógica. Tuvo que salir voto del PP para regionalistas, PSOE e incluso PNV. El PP fue siempre un partido plural, pero muchos de sus afiliados y votantes no eran de extrema derecha, por eso ganó elecciones con mayoría absoluta, fue lo que vino a decir ayer Feijoo. Casado es el responsable de la radicalización que ha llevado al PP a una derrota tan estrepitosa que fue la mayor sorpresa de las elecciones, desconcierta que todavía no haya dimitido.

Cataluña, Euskadi y Galicia corroboraron que España no es la del trío de Colón. En ninguna de las tres comunidades sacó diputados Vox, en la segunda el PP se convirtió en extraparlamentario y en Cataluña la candidata cunera, que presumía de no ser catalana y de no hablar catalán, estuvo también a punto de conseguirlo. Nunca el PP había obtenido allí tan mal resultado y no fue por culpa del único diputado de Vox o por Ciudadanos, que quedó como estaba. En Galicia ganó el PSOE por primera vez, aunque el PP gallego, que se apoyó en Rajoy y Ana Pastor y se desmarcó de los comentarios de Casado sobre el aborto y de las amenazas de imponer el castellano en la enseñanza, mantuvo su fuerza.

Asturias reaccionó ante la amenaza de la extrema derecha volviendo a votar masivamente a la izquierda, más del 50% de los votos en el conjunto del Principado y del 51% en Gijón. Foro se quedó fuera del Congreso. De cómo se comporte la izquierda tras su victoria dependerá que rentabilice el éxito en las autonómicas y las municipales.

España no se reduce a los barrios madrileños de Salamanca y Chamberí, aunque la opinión publicada madrileña y Pablo Casado lo crean así. España son también los millones de catalanes y vascos que votan a los nacionalistas y por eso sus partidos gobiernan en sus comunidades, porque ganan las elecciones. España es la Galicia que, más o menos conservadora, está orgullosa de su lengua y su cultura. España es también Asturias, y Valencia, y Andalucía. Todas diversas y que no se pueden uniformizar por medio de dictados desde Madrid, como si Napoleón hubiese vuelto a legislar desde Chamartín. Ya que tanto se habla del constitucionalismo, no se puede olvidar que si la Constitución formula la existencia de nacionalidades y regiones, si establece un sistema de autonomías federalizante, es porque los constituyentes, que leían y sabían historia, además de escuchar a la opinión pública, lo consideraron imprescindible para consolidar la nueva democracia.

La izquierda ha ganado, pero con un voto muy crítico y sin generar entusiasmo. El PSOE y Podemos, gracias a PP y Ciudadanos, aparecieron como las únicas fuerzas democráticas y no nacionalistas que podían frenar a la extrema derecha neofranquista, a eso deben buena parte de sus votos. Es de desear que se olviden de mezquindades a la hora de constituir un gobierno; si fracasan, ese voto crítico puede volver a la abstención.

Ciudadanos ha conseguido un buen resultado, pero no ha logrado convertirse en el primer partido de la oposición y el giro derechista y sectario de Rivera le impide aprovechar su peso en el Congreso. Su estrategia en Cataluña parece tan destinada al fracaso como la de Puigdemont, quizá no esté tan lejos la salida pactista.