El cielo de Austerlitz

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

Ed

05 may 2019 . Actualizado a las 10:12 h.

Explicar un superlativo es muy difícil. Por eso existe el superlativo, precisamente: para no tener que explicarlo. Así que cuando, no hace mucho, hablando en público, me preguntaron por qué creía que Guerra y paz de Tolstói era la mejor novela de la historia de la literatura, no sabía qué más podía decir. Hay cosas que se piensan pero no se razonan. Tentativamente, hablé de la perfección en la arquitectura de la trama, de la construcción y evolución de los personajes, de la variedad de los temas que se exploran, y que son todos los esenciales. Guerra y paz es la épica de las relaciones personales y la intimidad de la historia, un relato en el que pasa todo lo que tiene que pasar, ni más ni menos. Y la prosa... Si la naturaleza quisiese escribir directamente, sin intermediarios, decía el gran Isaac Babel, lo haría como Tolstói, y eso creo yo también. Hay una limpieza, una concisión en su escritura que otro novelista sabe apreciar de inmediato, como cuando un aprendiz de ebanista pone casualmente la mano en una silla, sin mirar, y, meramente por el tacto, se da cuenta de inmediato de que la ha tallado un maestro. En definitiva, hay novelas para leer, y novelas para haberlas leído, y Guerra y paz pertenece a esta última categoría: una vez acabada, se convierte en parte de uno mismo.

El caso es que veo ahora que se conmemora este año el siglo y medio de la publicación de Guerra y paz, y me he decidido a buscar mi viejo ejemplar en lo que queda de mi biblioteca, y leer un fragmento, que es el equivalente lector a echarse un trago. La tengo en un solo volumen con letra minúscula, en inglés, una edición que compré en una librería de segunda mano en Jerusalén hace muchos años. Era ya entonces un libro usado, por tanto, y ahora lo está aún más, tras varias lecturas. Ha quedado lleno de anotaciones, subrayados, manchas de café y esquinas dobladas, como quedan los libros vividos. Y esas marcas son como un mapa que me conduce directamente a lo que busco: una escena del tercer libro.

Aquí está. Esto es lo que quería contar: Creo que todas las buenas novelas contienen un momento, una imagen que las resume completamente, que captura su esencia. El lector puede quedarse con ese momento, con esa página, y recuperar toda la historia simplemente recordándolo, como quien tira del hilo suelto de una chaqueta. Sucede incluso con una novela tan voluminosa como Guerra y paz. Para mí ese momento está en la escena en la que el príncipe Andréi resulta herido durante la batalla de Austerlitz y queda tumbado boca arriba en las alturas de Pratzen. La confusa batalla continúa a su alrededor, pero él ya no puede oírla porque toda su atención queda absorbida por el profundo dolor de su herida y la contemplación de la belleza del cielo sobre él: las nubes plomizas que se desplazan lentamente, con una serenidad majestuosa, una paz infinita. Andréi se da cuenta de que nunca se ha fijado en el cielo antes, que lo ha visto, pero no lo ha comprendido. Siente que se está muriendo ?al final, sobrevivirá? y que no ha sabido disfrutar de la belleza del mundo, que ahora se le presenta, inevitablemente, mezclada con el dolor, ambos inseparables. Es un pasaje muy breve, pero que resume todo lo que cuenta la novela, que no es sino lo que cuenta su título: la guerra y la paz, metáforas de la agonía y el éxtasis de la existencia humana, que se mueve al azar entre esos dos polos de turbulencia y placidez, como un cielo cargado de nubes. Y tirando de ese hilo, salen las 1.300 páginas.