Maduro, una ruina que no colapsa

OPINIÓN

04 may 2019 . Actualizado a las 09:43 h.

La historia, a veces, se adelanta a los sucesos. Y así se explica que un cadáver político como Maduro siga ganando batallitas, desde su confortable sillón de Miraflores, mientras el pueblo venezolano ejecuta, al borde de la guerra, la macabra danza de la transición que nunca acaba. Con los regímenes políticos pasa lo mismo que con las casas, que, para que se derrumben, es necesario que estén mal construidas, las corroa el tiempo y el clima, las agrieten las hiedras y las tormentas, se inclinen las paredes maestras y, finalmente, venga una paleadora mecánica y les dé un empujoncito.

A veces las casas caen, y producen muchas víctimas, sin que nadie las empuje. Pero eso solo sucede con los edificios que están en aparente buen estado, que lucen fachadas acicaladas, y que sufren un daño estratégico que se traslada a toda su estructura. Pero las ruinas nunca caen sino a cachos, y con riesgo de llevarse por delante, con cada piedra que sueltan, la vida de un ciudadano que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Maduro ya es una ruina total, pero su caída sigue pendiente del tiempo, las hiedras y las grietas. Y todo apunta a que el sufrimiento de Venezuela, que en teoría puede acabar hoy o mañana, también es susceptible de prolongarse lo suficiente como para gangrenar toda la sociedad venezolana y exigir, después, medidas quirúrgicas de enorme coste y sufrimiento. Por eso me parece que las democracias avanzadas, y especialmente la Unión Europea, están cometiendo un error gravísimo que, por no ser ninguna novedad, debe ser denunciado y condenado.

Apostar por el reconocimiento de Guaidó como presidente interino, e incitarlo a gobernar en paralelo, solo tiene sentido si, una vez comprobado que los vaticinios del colapso inminente del régimen chavista eran equivocados, se le da a Maduro el empujoncito que falta para derribarlo. Pero lo que estamos viendo es que, tras haber mandado al pueblo venezolano a enfrentarse con el dictador a pecho descubierto y estómago vacío, y haber obligado a Guaidó a mover ficha para que su movimiento no muera de inanición, igual que el pueblo, la UE se muestra absolutamente incapaz de mover ficha y sigue mirando por la tele a ver qué pasa. Si utilizamos una declaración de la señora Celaá para describir la posición europea -«reconocemos a Guaidó como presidente interino, pero estamos contra el golpe de Estado»-, queda perfectamente claro que estamos con Guaidó, si le sale todo bien, para después pasarle la factura, pero que también lo dejaremos más solo que la una si la condición para que todo salga bien es que nos mojemos en el charco el dedo gordo del pie.

En Siria, Libia y otros puntos más confusos ya hicimos lo mismo, con pésimo resultado. Y los Estados Unidos no van a intervenir -al contrario que los rusos y los chinos- si no encuentran una bandera -preferentemente la UE- que comparta responsabilidades. Y por eso creo que Guaidó debería cambiar de aliados, cuanto antes, para encomendarse al ángel de la guarda.