Un gran centro comercial induce estos días al consumo desglosando la composición de una madre como si fuera un kilo de chóped. Según sus ocurrentes creativos, esas mujeres que procrean serían un 97 % entregadas, un 3 % egoísmo y un 0 % quejas, lo que convierte el derecho a decir no en una cualidad despreciable en las madres como dios manda, que deben procesar los afanes de la vida y de la maternidad con resignación y buena cara y entonar alabados cada vez que retiran las deposiciones de un heredero, sean las cacas físicas o de naturaleza simbólicas. La campaña es por el Día de la Madre pero entiendo que parecidas hechuras agradecerán en las buenas esposas, lo que constituiría un resumen brillante de la teoría general de la castra y doma de la mujer que con tanto éxito se ha esparcido por occidente durante siglos con los resultados conocidos.
Deduzco que una campaña tan costosa y masiva se diseña para conectar con una pulsión social generalizada, lo que confirma que algún motivo tenemos las feminazis y los feminazis del mundo civilizado para salir a la calle. Porque a la vista está que hay quien nos sigue queriendo abnegadas y calladas, quien nos dice cómo se es una buena madre, quien establece cuáles han de ser las cualidades femeninas, quien considera que una mujer desaparece cuando se convierte en madre y que ser madre es, exactamente, comerse el peor filete de la fuente que, por cierto, has cocinado y comprado tú. Un modelo que no resiste más, contra el que las malas madres luchamos cada día, que provoca infelicidad y ansiedad, que es injusto y decadente, pero que al parecer sigue siendo inspirador para unos grandes almacenes que nos quiere colocar maternales sortijitas. Nada me turbe.