Josep Borrell y la imagen de España

OPINIÓN

06 may 2019 . Actualizado a las 08:31 h.

El mejor ministro de Sánchez, Josep Borrell, acierta de lleno al priorizar en la agenda del Gobierno la ingente tarea de elevar la imagen de España al alto nivel de su realidad objetiva, porque nuestro país es uno de los pocos casos al que aún se le niega su altísima calidad objetiva. No tengo tan claro, como él parece tenerlo, que este déficit de imagen tenga su causa principal en la algarabía independentista que distrae nuestra atención desde hace años, o en las inevitables memeces que pueden decir o firmar algunos políticos, artistas o columnistas de influyentes medios de comunicación sobre una incidencia histórica que sólo se puede dar en un país descentralizado, tolerante, multicultural y plurilingüe como España, pero que en modo alguno tendría cabida -con este grado de desorden social y abuso de legalidad que el Estado aguanta y protege en nombre de una mal entendida libertad democrática- en países tan envidiables y democráticos como Francia, Alemania, Estados Unidos o Japón.

Por eso creo que Borrell, que acierta en lo básico, se equivoca de plano al situar la acción reparadora en nuestras embajadas y en los influencers de lejanos países y culturas, como si no supiese, como yo lo sé, que -dejando a un lado algunos procesos históricos ya superados- la fétida corriente que empaña nuestra imagen de gran país brota dentro de nuestras fronteras y desde aquí se desparrama. Nadie tiene peor imagen de España que los españoles. Nadie desfigura nuestra historia con más ignorancia y mala baba de la que nosotros empleamos. Y poco se puede hacer desde fuera contra un sistema mediático que sólo maneja las estadísticas y enfoques que más nos zahieren, y que en nada son compatibles con la realidad de un país que la media de los indicadores más fiables sitúa siempre entre los diez primeros del mundo.

El masoquismo de los españoles es de tal gravedad que, además de ser el primer agente difusor del concepto de país desgraciado y perdido con el que tanto disfrutamos, contradice los hechos objetivos más relevantes, entre los que cabe mencionar los indicadores de salud, esperanza de vida y bienestar; el éxito profesional -también internacional- de nuestro sistema educativo; la relevancia mundial de nuestro patrimonio cultural y natural; la belleza y variedad de nuestra geografía física y humana; la importancia de nuestra lengua y su literatura; la riqueza antropológica e histórica; la huella creciente de la hispanidad, y el hecho de ser el segundo país más visitado del mundo.

Por eso invoco a Agustín de Hipona, atreviéndome a parafrasear la espiritualidad de su noli foras ire, para aconsejarle a Borrell que «no vaya fuera», que no busque en el exterior la fuente de nuestras desgracias, y que intente comprometer a los españoles, a sus instituciones, a sus medios de comunicación y a sus partidos, con el deber de ser sinceros con nosotros mismos, y contarnos, sin complejos, la dulce realidad de las cosas. Porque todo lo demás -cabe suponer- vendrá por añadidura.