Todo el mundo le llama Alfredo, ahora

OPINIÓN

Conferencia de Pérez Rubalcaba en Ourense como secretario de relaciones con los medios del PSOE
Conferencia de Pérez Rubalcaba en Ourense como secretario de relaciones con los medios del PSOE MIGUEL VILLAR

12 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Escribo estas líneas cuando Rubalcaba ha fallecido a consecuencia de un ictus. A decir verdad, lo que ha precipitado la escritura de estas letras no es mi particular estado de ánimo, el de un viejales, que a pocos o a nadie ha de importar, sino dos observaciones cabreantes derivadas de las numerosas reacciones producidas ante noticia tan infausta.

El primer cabreo reside en la obscena familiaridad con la que todo dios llama Alfredo a quien la gente, el pueblo conoce bien por Rubalcaba, su nombre de guerra. Talmente parece que se juega al engaño, al despiste. Dicen Alfredo y uno no sabe si apelan a Di Stéfano o a Kraus o a Relaño. Dicen Alfredo quienes le quieren y quienes le odian, quienes le admiran y quienes le denuestan. Dicen Alfredo quienes hasta antes de ayer le acusaron de matar a Manolete. Sospecho que, tras esa falsa muestra de cercanía, tratan de ocultar la identidad, la personalidad de uno de los políticos más sensatos que hemos tenido en España en los últimos cuarenta años. Dicen Alfredo para ocultar su verdadero apelativo, Rubalcaba, ese gobernante sabio que acabó con la casi eterna amenaza terrorista de ETA. No dicen Rubalcaba a secas porque intentan desfigurar, disfrazar, minorar el impacto de la noticia de su grave enfermedad ante la inmensa mayoría de los ciudadanos. Prefieren decir Alfredo, o Alfredo Pérez, o Alfredo Pérez Rubalcaba, como mucho, de manera que su segundo apellido aparezca distante, lejano y resulte más difícil identificar al personaje a la primera. Seré un malpensado, pero lo escribo como lo pienso.

Un segundo malestar proviene de la constatación de un fenómeno que el propio Rubalcaba se encargó de describir no hace mucho: la rara habilidad que hemos desarrollado a lo largo de la historia patria de preparar a la perfección nuestros enterramientos -los unos a los otros- en vida o corpore insepulto a más tardar. Mis cortas entendederas no alcanzan a comprender los fundamentos en que se sustentan destrezas destructivas y mortuorias tales, aunque supongo que la explicación descansará en determinadas composiciones químicas o alquímicas de nuestra común idiosincrasia. La respuesta adecuada se la dejaremos para siempre al profesor Rubalcaba.