Imaginad a Pablo de ministro

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Zipi

18 may 2019 . Actualizado a las 08:35 h.

Irene Montero dijo en un reciente mitin que ya falta menos para ver a Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros. El deseo de la señora Montero no es un deseo cualquiera, porque el señor Iglesias, como se sabe, es el padre de sus hijos. O sea, que ignoro si expresa una aspiración del mencionado o facilita una información de primera mano. El caso es que desde que tal dicho sonó en el mitin, no hago más que imaginar a Pablo Iglesias como miembro del futuro Gobierno de Pedro Sánchez.

Lo imagino, en primer lugar, subiendo a su coche oficial, porque un ministro está obligado a usar el coche oficial por representación y por seguridad. El líder de los indignados percibirá que no está mal: el coche de un ministro, aunque no esté blindado, es símbolo de poder. Ese símbolo aumenta si el pasajero mira hacia atrás y observa que le sigue otro vehículo en el que viajan al menos dos escoltas. El primer día el nuevo ministro sentirá un poco de bochorno. Pero se acaba acostumbrando. Por una temporada, quizá por unos años, hay un problema que desaparece de su vida: el problema de aparcar.

Después, el despacho. Una secretaría formada por varias personas, con su jefe y todo; unos ujieres que se levantan al pasar el señor ministro; un gabinete técnico en el que hay destacados cerebros que entienden de leyes y recursos y también de discursos; un equipo de asesores internos y externos que iluminarán el pensamiento del señor ministro; unos guardias en la puerta con sus metralletas que le saludan militarmente. Y los funcionarios que se hacen los encontradizos, a ver si Su Excelencia se fija en ellos o para comprobar si es natural la coleta. El primer ministro con coleta que han visto. Es cuestión de acostumbrarse.

Imagino peor a Pablo Iglesias en el Palacio de la Moncloa. Esa foto del día del estreno, con todos los señores trajeados y encorbatados obliga a una cierta estética que Pablo no está dispuesto a seguir. Eso de terminar el Consejo y marcharse a casa o volver al despacho sin más no entrará fácilmente en sus costumbres y necesitará una charleta con el presidente, porque para eso es su aliado y no un ministro más. Necesitará más que cualquier otro sentarse con frecuencia en la mesa del portavoz, porque tiene mucho que explicar de lo que su ministerio llevó a Consejo. Si se trata de medidas sociales, sea de quien sea la paternidad, se sentirá obligado a explicar que gracias a Podemos sí se pueden cambiar cosas en España. Tendrá que hacer esfuerzos sobrehumanos por mantener la identidad de su partido, no sea que lo vayan a confundir con el Socialista. Y muchas noches, la ensoñación: ya hemos conseguido entrar en los ministerios. Ahora, a por la presidencia. Todo humanamente normal.