21 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre el te quiero Antonio de las campanadas de Nochevieja y el taluego Antonio en la puerta de la sede del PP en Génova de hace unos días, hay un sangriento vía crucis camino del monte Calvario para Teresa Mallada. Se las prometía felices aquellos días de enero, recién designada candidata por Pablo Casado, bendecida por la FADE y santificada por La Nueva España, pero desde entonces no ha conocido un día de paz y descanso, Mercedes Fernández mediante.

Pocos días después de su nombramiento se hacía pública la denuncia de un miembro del comité ejecutivo del PP asturiano acusando a Mallada de favorecer su propia contratación en Hunosa; resucitó después su imputación por prevaricación administrativa en el caso Hulla; y volvieron a rodar los dosieres de gastos en marisco, cachopos y pañales cargados a la empresa durante su paso por la presidencia de Hunosa. Unos sonoros guantazos que dejaron a Mallada despeinada y confusa pero con resuello de sobra para devolver el golpe: Luis Venta Cueli, el secretario general del PP asturiano y mano derecha de Cherines, se desayunó en las portadas de los periódicos pillado por unas cámaras de seguridad y señalado como autor de vergonzantes anónimos a un compañero de partido.

En esto de la disidencia interna hay muchos estilos, pero nadie se mata con la furia y la insistencia de la derecha asturiana. En la izquierda se la toman igual de mal, pero guardan las formas. No hay comparación entre cómo lleva lo suyo Javier Fernández y estos arrebatos de Cherines. Representan los dos modelos tradicionales de afrontar las peleas domésticas: Mercedes destrozando la vajilla contra la pared, con la ventana abierta y a voz en grito para que se enteren bien los vecinos, y Javier poniendo morros.

Nadie le puede reprochar a Mercedes Fernández haberse echado al monte tras ser relegada desde Madrid cuando ya se veía candidata en Asturias. ¿Acaso alguien creía que iba a aceptar con sumisión el desplante a cambio de un incierto asiento en el Senado? Uno jamás vuelve a ser el mismo tras sentir el peso del poder y la caricia del lameculos. Ahí tenemos también al expresidente madrileño Ángel Garrido, devolviéndole a Casado sus desprecios pasándose a Ciudadanos unos días antes de las elecciones. “Es difícil ponerle una correa a un perro una vez que le has puesto una corona en la cabeza”, ya lo dijo Tyrion Lannister cuando todavía era sabio.

La reina Cherines no se ha rendido todavía. El desastre electoral de Casado mantiene viva su esperanza. Si dimite y se abre la sucesión en el PP nacional, podría reposicionarse con el nuevo líder y ejecutar a Mallada si confirma los malos presagios en las autonómicas. La mala noticia es que la debacle de Casado fue de tales dimensiones que parece difícil animarse a disputarle el honor de comerse tan árida travesía del desierto. Para rematar, Vox se puede desinflar y Mallada revivir con ese aire podrido. Ánimo, Antonio.