Europa vota, quizás por primera vez

OPINIÓN

Miguel Osés

24 may 2019 . Actualizado a las 07:46 h.

Los padres fundadores de lo que hoy es la Unión Europea tenían grandes dudas respecto a la democracia. Monnet, Schuman, Adenauer… Todos ellos habían presenciado, y en ocasiones sufrido personalmente, el ascenso del nacionalismo, el fascismo o el comunismo y, aunque eran liberales o conservadores, desconfiaban de las elecciones. El proyecto europeo iba a ser, de manera muy consciente, un empeño tecnocrático en el que una élite de burócratas ilustrados guiaría el proceso en interés del bien común. Por eso el Parlamento Europeo, el verdadero meollo democrático de todo el sistema, ha encontrado siempre dificultades para encajar en el proyecto, hasta físicamente -es una institución trashumante que itinera entre Bruselas y Estrasburgo-. Al final, se ha convertido más bien en un foro de grupos de presión, y las elecciones europeas, alternativamente, en un recipiente de voto-protesta o desidia.

 Ahora Bruselas mira con temor a las elecciones del domingo. Chalecos amarillos, Lepenistas y populistas de izquierda en Francia; partidos anti-inmigración en Holanda, Alemania o Hungría, nacionalistas en Polonia; salvinistas y grillini en Italia; brexiteers en Gran Bretaña… Es la nueva Europa de las tribus, que se estructura más con forma de redes sociales que de partidos. No es un simple hipo político, pero tampoco es la Europa de la década de 1930. Esa es una comparación perezosa y alarmista que no ayuda a entender la realidad. El detalle significativo es este: la mayor parte de estos movimientos populistas no han nacido del disgusto con las políticas nacionales de sus países, sino con decisiones tomadas por la UE. Esto, paradójicamente, tiene un aspecto positivo, porque revela hasta qué punto la UE ha llegado a convertirse en el principal actor de la política europea. El sueño europeo era eso. El lado negativo: que muchos europeos están descontentos con las decisiones que toma Bruselas, y quizás más aún con cómo las toma. En lo primero, pueden estar equivocados, pero en lo segundo no les falta razón.

 Reformar la UE se ha vuelto una necesidad urgente. El dirigismo de los padres fundadores es, simplemente, imposible en estos tiempos; y entre la fantasía poco realista de una Europa federal y la (afortunadamente improbable) desintegración del proyecto hay muchas posibilidades intermedias. No hay que tener miedo a las elecciones del domingo. El único peligro verdadero está en incurrir en el error de tratar a los europeos como si fuesen los enemigos de Europa.