El Supremo cobarde y dos valientes

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

Emilio Naranjo

25 may 2019 . Actualizado a las 08:13 h.

El episodio de la suspensión de los cuatro diputados y un senador presos constituye un termómetro para medir el grado de valentía de nuestras instituciones y nuestros políticos. El resultado resulta descorazonador. Solo hay dos partidos que no se arrugan en la guerra contra el secesionismo: PP y Ciudadanos. Los demás son un fato de cobardes y pacifistas de salón. El Tribunal Supremo, el que más. Y esto último no lo digo yo, aunque lo comparto; lo escribió ayer el profesor Javier Pérez Royo: «La cobardía del Tribunal Supremo es inaudita».

 Hasta la constitución de las nuevas Cortes, el Supremo se mantuvo firme en su trinchera. Se bastaba para mantener a raya, únicamente con la vara de la Justicia, a los dirigentes separatistas procesados. El juez Marchena conducía con mano de hierro el juicio del procés, reprendía a testigos y abogados por sus intentos de politizar la causa, y la sala concluía que no necesitaba ayuda alguna del Congreso como tampoco su autorización.

El Supremo mostró un primer signo de debilidad al autorizar que Junqueras y compañía asistiesen a la constitución de las Cortes y tomasen posesión. Pero la deserción definitiva del alto tribunal se produjo inmediatamente después: rehusó aplicar el artículo 384bis de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que prevé la suspensión «automática» en sus cargos de los procesados por terrorismo... o rebelión. Los magistrados, asaltados por las dudas, se lavaron las manos, escurrieron el bulto y trasladaron el muerto al Congreso: suspéndanlos ustedes, que para eso tienen un reglamento que así lo exige. Los jueces abandonaron su función jurisdiccional y lanzaron la pelota al tejado político. Que sean los timoratos Sánchez e Iglesias, y los valientes Casado y Rivera, quienes apliquen el reglamento e impartan justicia.

Y hete aquí a la Mesa del Congreso, cuatro comensales a la derecha y cinco a la izquierda, obligada a digerir la patata caliente. PP y Ciudadanos, felices por el inopinado festín servido por el Supremo. PSOE y PP, temerosos de una salmonelosis. El valor de los primeros, como en la mili de antaño, se les supone. No hay más que observar su histrionismo: la desafiante mirada de Rivera a los golpistas o su coraje al rasgar la foto de Josu Ternera en el pueblo natal del etarra. Las leyes y sus interpretaciones les importan un bledo cuando peligra la unidad de España. Las consultas a los letrados y las dudas dilatorias en campaña militar las consideran traición. Curioso el papel de Ana Pastor: en su anterior vida se hartaba de solicitar informes para bloquear las iniciativas socialistas, ahora le parecían motivo de prevaricación.

La suspensión se ha consumado a la manera española. Aunque sospecho que a esta historia le falta el epílogo. Este se escribirá si, como parece probable, Oriol Junqueras sale elegido eurodiputado el domingo. Tengo una enorme curiosidad por saber qué hará entonces el Supremo. ¿Lo conducirá esposado a la constitución de la eurocámara? ¿Solicitará a la Mesa del Parlamento Europeo, sin ruborizarse, que suspenda sus derechos?