Vox quiere estar en la foto

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Juan Carlos Hidalgo

30 may 2019 . Actualizado a las 07:52 h.

De pronto, a Santiago Abascal y a su equipo les entró un sentimiento de orgullo herido y se hicieron una reflexión parecida a esta: vale que en Andalucía solo hayamos podido sellar un acuerdo con el Partido Popular; vale que nos hayan marginado en las negociaciones entre el PP y Ciudadanos; vale que hayamos transigido, porque éramos nuevos y no queríamos fastidiar la fiesta de desalojo del Partido Socialista después de casi cuarenta años… Pero ahora ya somos mayores. Somos, además, decisivos en algunas instituciones, entre ellas el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, para que haya gobiernos de derechas. ¿Y van a hacer un pacto sin contar con nosotros? ¡Ni hablar!

Y el señor Abascal se presentó ante la prensa y dijo: «Si no hay diálogo con Vox, no habrá gobiernos alternativos a la izquierda». El orgullo herido. El fantasma de la humillación contra el que hay que rebelarse. Hasta ese momento, lo previsto era que PP y Ciudadanos alcanzasen un acuerdo donde fuese precisa su alianza y después el PP negociaría con Vox. Ciudadanos no entraría en esa negociación para no contaminarse, para no provocar el rechazo de los liberales europeos y para no suscitar las protestas de Manuel Valls en Barcelona, pero no repudiaría los votos del partido de Abascal. Eso era lo anunciado, pero a Vox, consciente de cuánto lo necesitan, le pareció una humillación.

Entiendo que, al margen de criterios ideológicos excluyentes, su decisión es irreprochable como partido político. Vox podrá ser la extrema derecha, pero tiene votos y concejales y diputados electos y siente la obligación de hacer notar su peso en las decisiones que adopte la dirección. Cualquier otra formación política haría lo mismo. El único reproche que se le puede hacer es también el que se haría a cualquier otra formación: que, siendo tan de derechas como es, esté dispuesta a facilitar que gobierne la izquierda por una cuestión de orgullo herido o por la necesidad de salir en la foto.

Para Albert Rivera es un problema gordo y complejo. Sentarse con Vox sería la oportunidad para que el desalojo de socialistas en ayuntamientos y gobiernos autónomos sea presentado como el triunfo de los «trifachitos» o los «trifálicos», como dijo la ministra de Justicia. Y sería, sobre todo, una mancha en el currículo de Rivera, ahora que recupera imagen de centro e incluso Pedro Sánchez le invita a ser compañeros de cama. José Luis Ábalos lo dijo con estas palabras: «Sería terrible que Ciudadanos fuese la bisagra que diera entrada a los ultras en las instituciones». No habrá esa entrada en las instituciones, ni Abascal lo pide… de momento. Pero la foto de una negociación a tres sería tan demoledora como la foto de la plaza de Colón.