El fin de la guardia

Manel Loureiro
Manel Loureiro PRODIGIOS COTIDIANOS

OPINIÓN

HBO

03 jun 2019 . Actualizado a las 10:40 h.

Juego de Tronos. Sospecho que muchos de ustedes han seguido con pasión esta historia y si no es así, sin duda han oído hablar de ella. La serie basada en los libros de George R. R. Martin llegó a su fin hace unos días, convertida en un fenómeno social que trasciende el mero entretenimiento. Habrá quien se pregunte a qué viene semejante escándalo por una simple serie de televisión, algo lúdico al fin y al cabo. A qué tanta atención.

 En primer lugar, por su dimensión. Es la primera serie seguida de forma simultánea en más de doscientos países, un lujo que no se pudo permitir ni Perdidos en su momento, gracias a que el mercado televisivo ha evolucionado y se han abandonado las terribles ventanas de emisión.

En segundo lugar, porque ha confirmado algo que muchos ya veníamos sospechando desde hace tiempo: la mayoría de edad del género fantástico, que hasta hace poco era mirado con recelo, cuando no con condescendencia, y que, de repente, es la luz a la que acuden cientos de millones de personas en todo el mundo.

Y, por último, por la propia dimensión de la historia, una obra adulta, compleja, llena de matices y que ha sido utilizada incluso por algunos partidos políticos para ilustrar sus posiciones. Hasta ese punto de penetración ha llegado.

Juego de Tronos se ha acabado, después de ocho temporadas, casi una década en televisión, una enormidad de tiempo en ese medio, pero una broma si pensamos que el primer libro de la saga de Martin fue publicado en 1996, que han llegado otros cuatro en estos años y los dos volúmenes que restan aún no asoman por el horizonte. Es, posiblemente, la gran obra de ficción del primer cuarto de este siglo y sospecho que trascenderá por mucho tiempo. También es verdad que el público es volátil y se enamorará enseguida de la siguiente gran historia, que evidentemente aún está por aparecer.

Las ocho temporadas han sido redondas, excepto por una última tanda de capítulos algo desigual en la historia, que no en la ejecución, una auténtica obra maestra de la imagen.

El capítulo final ha provocado muchas críticas (suele suceder) aunque en este caso no puedo evitar sumarme a ellas. Una historia aquilatada, basada en la profundidad de las acciones de los personajes, se resuelve de forma apresurada, con unos agujeros de guion tan tramposos que cabría un dragón por cada uno de ellos. Una historia que desde el primer capítulo se basaba en la búsqueda de la legitimidad para sentarse en el incómodo Trono de Hierro se resuelve con una especie de mercadeo rápido en el que el puesto de rey prácticamente se sortea, en un remedo de la monarquía electiva de los visigodos, que como la historia demuestra, no es precisamente un epítome de estabilidad y justicia. Me evitaré más detalles, por si no han visto todavía la serie, pero resulta algo deslucido el broche a una narración tan larga -más de setenta capítulos de más de una hora- como apasionante.

La serie ha evolucionado con la sociedad en la que vivimos, por ejemplo, y no ha sido ajena a la influencia de movimientos como el #MeToo y la lucha contra el acoso sexual, trasladado de forma sutil, pero evidente, a una ficción que en las primeras temporadas abusaba de los desnudos gratuitos y que ha ido espaciándolos a medida que se acercaba a su final.

Juego de Tronos ya es historia, pero historia de la ficción y de la televisión, a la que tenemos que estar agradecidos y, con sus luces y sombras, despedir con un sonoro aplauso. La guardia, por fin, ha terminado.