Podemos autocriticarnos mejor

OPINIÓN

05 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

¿De qué sirve agitar la autocrítica como un espantajo para contener la crítica cuando los resultados electorales revelan una crisis de confianza electoral que exige catarsis? Acaso que el PSOE, a pesar de sus antecedentes, vuelva a ser percibido como el voto útil frente a la derecha declarada, ¿no es un nuevo fracaso de la izquierda?

Tenemos la costumbre de asistir a valoraciones postelectorales de los respectivos líderes políticos en las que casi todos ganan; por sus méritos, claro está. Y los que pierden suelen hacerlo por causas ajenas; salvo casos excepcionales, que asumen la responsabilidad y se ofrecen al relevo.

Me recuerda un concepto desarrollado por el psicólogo Lee Ross a finales de los años setenta: el error fundamental de atribución, que es la tendencia a atribuir la conducta de los demás a características personales, subestimando los factores contextuales. Lo contrario de lo que solemos hacer cuando evaluamos nuestra propia conducta: rendirnos a la deshonesta seducción de la autocrítica autocomplaciente.

A ver cómo me sale: he de confesar que, aunque lo he intentado, no he sabido hacer llegar a donde corresponde la necesidad de trascender las aspiraciones personales, grupales o de facción en la construcción de una herramienta política cuyo objetivo es representar a una mayoría necesariamente diversa que tiene en común su condición de damnificada por una globalización neoliberal que degrada sin descanso las condiciones de vida y la esperanza en un futuro digno para las generaciones venideras. La necesidad, en definitiva, de que quienes participan en una organización así, den lo mejor de sí mismas sin esperar más reconocimiento que el colectivo como tal.

Mola. Cómo no me voy a querer.

Por otra parte, era inevitable que en esta era de preeminencia de la politología se acumulasen interpretaciones de la derrota de la izquierda en general, y de Unidas Podemos en particular. En uno de esos sesudos tratados se relacionaba, aunque de forma tangencial, la desafección de los votantes de izquierda, por ejemplo, con la falta de discurso sobre el papel de España en la actual transición geopolítica de la UE en el mundo. Pues mira, y no porque haya participado en su redacción; ni el mejor programa para las europeas hubiera cambiado significativamente estos resultados. Que sí, que la teoría política es imprescindible, pero solo si no subestima las expectativas más inmediatas de la gente.

Así, la crisis de confianza tiene que ver, en mi opinión, con asuntos más prosaicos, que son percibidos en primer término por esa mayoría a la que se aspira a representar. Por ejemplo cuando la supuesta lucha de la izquierda por la justicia social, es decir, por un empleo digno, la vivienda, los servicios públicos, se ve saboteada por las ambiciones políticas de sus representantes.

Organizaciones que se anuncian abiertas, transparentes, horizontales, inclusivas, y dicen poner la vida y los cuidados en el centro ¿pueden seguir permitiéndose parecer gallineros en los que los gallos se pelean por su parcela de poder con sus correspondientes gallinas, para escindirse y remezclarse en un alarde de creatividad nominativa? Es decir, ¿pueden cerrarse, opacarse, verticalizarse, excluir a «los otros» y poner en bandeja del debate mediático el bullying político? Actitudes, en fin, que afectan a la coherencia, principal baluarte de la credibilidad.

Esto, «compas», es empezar a hacer autocrítica. Y completarla es actuar consecuentemente, no solo enunciarla.

Y dejemos los nombres, porque como le digo a mis hijos cuando cuando entran en conflicto con sus compis del cole: no califiquéis a las personas, sino las conductas que queremos evitar o corregir. Cosas de psicólogos.

El poder es un agujero negro cuya fuerza gravitacional pone a prueba la altura moral de quienes se aproximan al horizonte de sucesos políticamente relevantes.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.