Chicho

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

08 jun 2019 . Actualizado a las 10:07 h.

La calabaza Ruperta. La bota Botilde. El apartamento en Torrevieja. El Chollo y el Antichollo. Kim. Mayra Gómez Kemp. Los Tacañones. La prueba eliminatoria. Y Chicho. Sobre todo, Chicho. Ni siquiera hacían falta los apellidos para referirse al cerebro y el alma del Un, dos, tres. Cuando se tiene una edad, todas esas palabras son escalones que llevan hacia otra época, cuando la pequeña y regordeta pantalla organizaba la noche de los viernes de millones de personas. Aquel programa se convirtió en un clásico de la infancia de diferentes generaciones, navegando con éxito del blanco y negro al color. Habita en la memoria mucho más allá de aquellas horas de entretenimiento familiar (en todos los sentidos), porque el Un, dos,tres se asocia también a los que ya no están pero compartían con nosotros aquella liturgia semanal oficiada por concursantes, azafatas y humoristas que hacía que los niños no quisieran irse a la cama a su hora. 

Chicho Ibáñez Serrador bailó con la risa y con el terror. Invitó a Edgar Allan Poe a entrar en las casas de toda España con sus Historias para no dormir, que eran perfectamente fieles a su propio título. Los más pequeños intentaban saltarse la tiranía de los rombos negros, pero solían pagar la hazaña con alguna que otra pesadilla. Rodó ¿Quién puede matar a un niño?, un largometraje rompedor para los años setenta que ponía a los espectadores ante un dilema aterrador y que sigue siendo incómoda de ver hoy en día, a pesar de lo curtidos que estamos de tanta radiación televisiva y cinematográfica. Y escandalizó con Hablemos de sexo a principios de los noventa, cuando éramos mucho menos modernos de lo que creíamos. Chicho fue mucho más que aquel programa de los viernes. Pero, aunque solo hubiera sido la mente creadora del Un, dos, tres, hubiera merecido el recuerdo de muchos. Porque fue nuestro mago de Oz.