Gobiernan los votos, no el chantaje

OPINIÓN

15 jun 2019 . Actualizado a las 08:37 h.

En enero del 2016, cuando Rajoy renunció a ser propuesto por el rey como candidato a la presidencia del Gobierno, y abrió la posibilidad de que el Pedro Sánchez intentase lo que le era impropio, lo hizo porque, teniendo sólo 123 escaños -los mismos que tiene Sánchez ahora-, no contando con el apoyo de quien naturalmente debería dárselo -en aquel momento era Rivera, quien hacia lo que hace hoy Pablo Iglesias-, y habiendo escuchado de su principal adversario -el PSOE- el mismo «no es no» que Casado le acaba de propinar a Sánchez, renunció a armar el chantaje moral y político que podría regalarle una investidura de compromiso que con toda evidencia no podía funcionar.

En julio siguiente, cuando hubo que repetir elecciones, el PSOE volvió a perder escaños y el bloqueo se manifestó como un riesgo insoportable, el propio Sánchez acabó aceptando la abstención socialista para hacer viable el último Gobierno Rajoy, al que ya le había jurado un odio eterno -como el de Aníbal- que solo duró hasta la moción de censura. Por eso cabe decir que, siendo imposible que el PSOE haya olvidado aquel episodio, y conociendo los estrambóticos precedentes que él mismo introdujo en la política española, es evidente que Sánchez sabe que el enroque que está haciendo sobre su propia minoría, invocando una visión moral de la política que él no tuvo, y amenazando con la irracionalidad de un bloqueo y una repetición de las elecciones que él mismo provocó, es un chantaje sin paliativos, que despierta la reacción de los demás partidos, disminuye las posibilidades de una salida racional y pactada y deja al pairo, en términos absolutos, la voluntad del electorado.

Sánchez tiene no solo la legitimidad, sino también la obligación, de intentar un acuerdo de investidura. Y entre las opciones de las que dispone están la de pactar por el centro, con Ciudadanos, que es la que yo le vengo urgiendo desde el mismo día de las elecciones; o pactar con Unidas Podemos -de quien dijo que era su socio preferente- y con toda la jarca tacticista que le ayudó a dar la pincha carneira de la moción de censura y a encaramarse al zigurat de la Moncloa. Y si, como parece, no quiere a Rivera porque no está maduro, ni a Iglesias y sus minorías complementarias porque le deslucen su pírrica victoria, también tiene la posibilidad -e incluso la obligación- de ir a una investidura desesperanzada, para abrir el plazo de disolución obligatoria de las Cortes, o a una investidura de burro flautista, para ver si suena la flauta por casualidad. Todo, menos echar balones fuera, sentirse gratuitamente ultrajado y culpar al PP y a Rivera de todos los males que se le acumulan encima de su mesa.

Hoy termina el sainete municipal y empieza el melodrama de España. Y a Sánchez le han tocado las peores cartas de la partida. No podrá hacer lo que quiere, ni debería no hacer lo que no quiere. Y esa impotencia, cuyos efectos se verán en la investidura o en alguno de los presupuestos, está comprometiendo nuestros intereses.