La política local convertida en una feria

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

ALBERT GEA

17 jun 2019 . Actualizado a las 15:18 h.

En medio de un gran batiburrillo de resultados locales, previsiones provinciales y proyecciones de desenlaces autonómicos, la noche electoral del pasado 26 de mayo opté por titular El ojo público del día 27 España se convierte en Italia.

Hacía entonces un pronóstico que -espero me disculpen lo que ello pudiera tener de vanidad- no me resisto a reproducir: «Este nuevo formato partidista, que es la directa consecuencia del convencimiento ciudadano de que cuanta más atomización de la representación, más democracia, favorecerá en la España de principios del siglo XXI lo que ya provocó en la Italia de la segunda mitad del siglo XX: gobiernos multipartidistas débiles y en permanente riesgo de ruptura, componendas entre los líderes políticos hechas a espaldas de los electores sobre bases que solo conocen quienes pactan, intercambio de posiciones de poder que pueden no responder a lo salido de las urnas, acuerdos contra natura y, en fin, como resultado de todo ello, inestabilidad institucional y frustración social de los que sienten que el sentido de su voto ha sido traicionado».

Aunque pueden creerme cuando les digo que haber acertado no me alegra en absoluto, lo que ayer sucedió en España pone de relieve el grave error que cometieron quienes dejándose llevar solo de las apariencias creyeron que el crecimiento del PSOE y el PP el día 26 de mayo a costa del Podemos (y sus confluencias) y de Ciudadanos nos transportaba de nuevo hacia el bipartidismo. Nada más lejos de la realidad.

El formidable cambalache al que asistimos este sábado, que se completará con el de los gobiernos autonómicos y quizá -pues ahí todo está en el aire- con el del gobierno nacional, es realmente impresionante: intercambios de poder local por provincial (como en Ourense), o de poder autonómico por local y provincial (la Junta de Castilla y León por la alcaldía de Palencia y las diputaciones de Burgos y Segovia), repartos de alcaldías por mitad (como en Ciudad Real o en Albacete), o pactos para conservar el poder local con el apoyo de aquellos que fueron durante toda la campaña las bestias negras de la candidata, según ha sucedido en Barcelona.

Tales arreglos de reparto de poder, solo ejemplos de otros muchos sucedidos en España, tienen dos cosas en común, que son las que definen su carácter: por un lado, que lo menos importante es siempre lo que los electores han votado; por el otro, que han sido en todas partes, y ahí reside el quid de la cuestión, la directa consecuencia de un resultado electoral en el que la mayor pluralidad se traduce en un fortalecimiento de los partidos para que hagan lo que le de la gana con sus votos y su representación institucional.

Esta es, en suma, la gran paradoja de un sistema político que, por más plural, se califica de mucho más democrático, pero que en realidad somete a los electores, como nunca antes, al mercadeo sin pudor de los partidos.