La puesta en marcha del mandato en los ayuntamientos el pasado sábado ha devuelto a la derecha algunas alcaldías importantes que hace cuatro años le había arrebatado la izquierda. Dos ejemplos son Oviedo y Madrid. Nada más llegar el PP al poder (y de la mano de Ciudadanos y Vox) han tomado decisiones drásticas con las que romper con los anteriores gobiernos. «Madrid central» ha quedado paralizado (y se deja en el aire la lucha contra la polución) y Trascorrales volverá a convertirse en un fartódromo (aprovechando las fresas del Corpus). Y esto no ha hecho más que empezar.
Ciudadanos ha optado por alinearse más con el PP que con el PSOE y hay quien aventura que el modelo de trifachito andaluz le terminará pasando factura electoral. En Barcelona han roto con quien presentaron a bombo y platillo como su referente a seguir. Manuel Valls, quien sin su apoyo a Colau hubiera permitido que Maragall y el independentismo que aborrece Rivera gobernara la ciudad condal, emprenderá estos próximos cuatro años al margen del partido naranja. No es el único disgusto en esta semana, ya que a nivel europeo Macron les ha advertido que sus pactos con la ultraderecha no son de recibo y que deben plantearse bien su estrategia.
El PSOE es en la izquierda quien mejor sale parado, ya que fue el ganador en votos el 26 de mayo, y porque Podemos experimentó en líneas generales un fuerte retroceso. En el aire queda todavía la investidura del Gobierno nacional, que esta semana pasaba por la negativa del PP y de Ciudadanos a abstenerse, con lo cual obliga a Pedro Sánchez a conseguir la mayoría absoluta con el resto del arco parlamentario.
Y todo esto a la vuelta del verano, que imagino que rebajará la tensión política y mediática hasta la vuelta de las vacaciones después de tanta contienda electoral. ¡Qué venga ya el veranito!