La manifestación que tuvo lugar ante la embajada de Baréin en Bagdad el pasado miércoles no es un hecho anecdótico sino, por el contrario, una muestra del enrarecimiento que se vive en la política regional de Oriente Próximo y el potencial peligro que supone.
Los manifestantes protestaban por la celebración de una cumbre, esta semana, en el pequeño estado del golfo pérsico para discutir sobre la potencial inversión de más de 50.000 millones de dólares en Palestina.
Varios países árabes auspiciados por Estados Unidos se reunieron para discutir cómo mejorar las condiciones económicas de los palestinos como paso previo para un acercamiento con los israelíes. Esta reunión no ha hecho sino ofender a los dirigentes palestinos que no conciben una negociación sin tener en cuenta los factores políticos y, sobre todo, la ocupación por los colonos israelíes. También ha airado a la población árabe en general porque lo consideran un burdo intento de «compra» de la dignidad palestina.
Pero, para entender por qué se fraguó un polémico encuentro que estaba destinado al fracaso por el rechazo de la parte principal, baste señalar que el «artífice» del mismo ha sido el yerno de Donald Trump, Jared Kushner de origen judío.
Kushner, que ostenta el cargo de asesor sénior del presidente norteamericano, según la declaración del ex secretario de Estado, Rex Tillerson y a tenor de cómo se desarrollan las relaciones internacionales de EE. UU. tiene una influencia excesiva. Así, Kushner, no solamente realizó viajes a Arabia Saudí donde se entrevistó con el cuestionado príncipe heredero para facilitar la venta de más armamento sino que ha mantenido encuentros con los segundos de muchos países, incluido México.
Dado el fundado temor que tiene Israel a que Irán obtenga armas nucleares y la necesidad de alcanzar la paz con los palestinos, no parece muy difícil entender quién está detrás de la presión de Donald Trump en ambos asuntos mientras se desentiende del caos en Siria y la inestabilidad de Irak.