Teoría y práctica del símbolo: 28-J en Oviedo

OPINIÓN

02 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La curiosa costumbre de las comunidades humanas de representar en determinados objetos y colores y, singularmente, en las banderas, sus ideales, corrientes y pertenencias, sería, probablemente, uno de los aspectos que más llamaría la atención a los extraterrestres que nos examinasen con la misma mirada escrutadora del antropólogo que estudia las tribus del Amazonas. En efecto, el poder sentimental de una bandera (y, por extensión de sus colores, signos y escudos) la eleva a símbolo capital de la cultura humana y, como es sabido, no siempre de forma pacífica, en función de las interpretaciones, el contexto en el que se utiliza y el acervo que acumula cada una.

En las sociedades abiertas, que han visto en los últimos años el avance en el respeto a la diversidad de orientación sexual y de identidad y expresión de género (sin que ninguna de las profecías de los fundamentalistas del heterosexismo se cumpliese), la bandera arco iris, emblema del movimiento LGTBQ, es un símbolo de amplísima aceptación, asociado al respeto, la igualdad, la convivencia, la paz y, naturalmente, la alegría de vivir conforme con lo que se es, al sabio «vive y deja vivir». Además, es un recordatorio de la conquista de derechos mediante la movilización social, pues no olvidemos que el origen del Día Internacional del Orgullo y de la universalidad consiguiente de la bandera (este año hasta empresas e instituciones de lo más «señorial» lo han incorporado a su imagen corporativa ocasional) es la revuelta del 28 de junio de 1969 contra el hostigamiento policial a las personas que se encontraban en el local de ambiente Stonewall Inn, en el Greenwich Villlage neoyorquino. En todo caso, todavía queda mucho camino por recorrer para combatir la homofobia y transfobia (la latente y la que con más frecuencia de la deseada se manifiesta) y ahuyentar cualquier riesgo de retroceso. También es necesario recordar que, en numerosos países, se persigue tenazmente la homosexualidad, ya que en 72 es delito y en 8 se castiga con la pena de muerte, nada menos. De ahí que esté más que justificado que, el 28 de junio, y también en otras fechas señaladas (17 de mayo, Día Internacional contra la Homofobia y Transfobia, por ejemplo) la bandera arco iris ondee simbólicamente en casas consistoriales y otros edificios, y que, además, espacios públicos, nombres de calles o monumentos se dediquen a una de las luchas justas de nuestro tiempo.

            En Oviedo, vivimos la particular situación de que las declaraciones espontáneas del nuevo alcalde, en una de sus primeras entrevistas, dejaron entrever (fruto de la bisoñez política y del acierto del periodista al sacárselas), que una de las preocupaciones que le asaltaban era complacer a aquellos que le pedían insistentemente acabar con los bancos arco iris de la plaza de la Escandalera. La minoría de homófobos del Oviedín irreductible a los que les molestaba el colorido de los bancos era, para Alfredo Canteli, la prueba de que algo había que hacer ante tanto exceso gayfriendly. Desconocía que, desde el momento en que el multicolor de la Escandalera vino para quedarse y fue comúnmente bien aceptado, pasó de la categoría de anécdota a la de símbolo del espíritu abierto de la ciudad. Con la mosca detrás de la oreja y con este precedente, el traslado de la bandera arco iris, el 28 de junio, del balcón consistorial al edificio municipal de la parte opuesta de la plaza de la Constitución, no ha sido precisamente bien acogido, obviamente.

Recuerdo la satisfacción (de las pocas de aquel periodo de responsabilidades públicas) que en 2005 obtuvimos cuando el pleno municipal apoyó por unanimidad una proposición del PSOE para que el ayuntamiento se sumase a las actividades de los días 17 de mayo y 28 de junio. En efecto, hace quince años nos hubiéramos felicitado porque un ayuntamiento gobernado por el PP (que votó contra la reforma del Código Civil relativa al matrimonio de personas del mismo sexo y recurrió la Ley infructuosamente ante el Tribunal Constitucional) colgase la bandera LGTBQ en cualquier lugar la plaza e, igualmente, por gestos como el arco iris del 28 de junio en el calendario vegetal del Campo San Francisco. Hoy, evidentemente, el hecho significativo reside en que la bandera se haya sacado de la casa consistorial, porque reduce la solemnidad del compromiso y da pábulo a quien muestra recelo ante las manifestaciones del movimiento LGTBQ (cuando no lo confronta ya abiertamente, como Vox). No comprender que así se interpretaría es de una torpeza mayúscula. Entender lo que representan los símbolos, en cada momento y situación, no está, salta a la vista, al alcance de la inteligencia política del nuevo gobierno municipal.