Y no pasa nada

Ernesto Sánchez Pombo
Ernesto S. Pombo EL REINO DE LA LLUVIA

OPINIÓN

Enric Fontcuberta

17 jul 2019 . Actualizado a las 08:22 h.

Mientras sus señorías discuten sobre la maternidad del feminismo y la igualdad, que según Carmen Calvo es exclusiva de los socialistas, y los ultras van imponiendo sus mensajes machistas, se nos están llenando las páginas de los periódicos de agresiones sexuales. Ya no hay día en que no reflejen uno de estos actos demenciales, cada vez más escabrosos, mientras corremos el riesgo de que vayan quedando en nuestros subconscientes como meras estadísticas, sin ver que detrás se esconde un drama.

De Manresa a Sevilla, pasando por Pamplona, y de Guipúzcoa a Alicante, pasando por Mallorca, todo el país sufre las agresiones sexuales de las manadas que, por lo que parece, es una nueva modalidad de diversión de cientos de descerebrados. El modelo de El Prenda y los perturbados de San Fermín está cuajando con éxito.

Pero en el drama de las agresiones hay dos aspectos que deben de preocuparnos especialmente. Por un lado la cantidad y por otro la influencia de la situación en la que se producen. En lo que va de este año se han cometido 14, que son las mismas que se denunciaron en todo el 2017. Pero desesperante resulta saber que frente a esas 14 del 2017 se produjeron 59 en el 2018. Más de una por semana.

Si difícil es explicar, e imposible comprender, el comportamiento de los miembros de estas recuas, no lo es tanto el escenario en el que se desarrolla el problema. Porque partidos ultras y no tanto, que llevamos a las instituciones, abonan el terreno y no pasa nada. Porque hay jueces que no saben diferenciar una agresión sexual de un cariñito y no pasa nada. O porque una violación grupal es considerada un accidente en la televisión pública y tampoco pasa nada. Y así podríamos seguir hasta que Sánchez sea capaz de pactar con alguien, porque la transigencia está siendo uno de los principales alimentos de esta tragedia.

Únicamente con policía y jueces, algunos, no vamos a poder acabar con la plaga; o, si lo logramos, nos llevará una eternidad. Y, por lo visto, hay quien no piensa apuntarse a combatir esta desgracia. Y sí a alimentarla.