Nueva legislatura en el norte, más allá del muro

OPINIÓN

20 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Será por el verano y la luz, que te llenan la cabeza de flores. El impulso de recapitulación que inducen las fechas emblemáticas o los comienzos aparatosos, y el comienzo de una legislatura lo es, hizo que sintiera a mi generación en Asturias como un nenúfar. Y no por bellos ni por decorativos. Los nenúfares engañan sobre las condiciones de la laguna. Son solo una pantalla delgada y flotante, debajo de ellos no hay apenas nada, muchos ni siquiera tienen raíz en el fondo. Empieza una legislatura con un nuevo presidente, y todos oímos que en Asturias hay un problema demográfico, un problema de cambios energéticos y mercados de electricidad que amenazan nuestra industria y un problema de comunicaciones. Pero seguramente no se perciben debidamente las dimensiones del declive asturiano, único en España. Lo impide que sigamos en activo individuos que procedemos de otros tiempos más justos, con condiciones de trabajo y salario que ahora se consideran no competitivos, y que somos mayores en número que las generaciones que nos siguen. Somos una pantalla de normalidad que cubre la región y encubre lo que hay debajo, como nenúfares o quizá como pecios, como restos flotantes de aquellos tiempos más justos. Somos más, pero tenemos más cincuenta y por eso solo somos una pantalla temporal fina.

La sangría demográfica empezará a notarse en serio mucho antes de que desaparezcamos los nenúfares que flotamos en el Paraíso. Hace poco escuché en un acto electoral para el Rectorado, y pude consultar después su veracidad, que en pocos años la Universidad de Oviedo tendrá 8000 estudiantes solo por la caída demográfica, sin tener en cuenta otros factores por los que universitarios asturianos se vayan a otros distritos. Tiene ahora unos 22.000 y llegó a tener, no hace tanto, más de 40.000. No hagan las cuentas partiendo de los actuales 22.000 y pensando cuánto tiempo se necesita para que desaparezcan las dos terceras partes. Hagan las cuentas pensando en los apenas 6.000 nacimientos que hay en Asturias, contando con que en la Universidad se está entre los 18 y 25 años y calculando el porcentaje de población que llega a la Enseñanza Superior, y pongan el dato en el calendario. Se necesita una masa crítica de profesorado para que haya una estructura de investigación y creación de conocimiento acorde con los tiempos y esa masa crítica está muy por encima de lo que requiere dar clase a 8000 personas. ¿Cómo se va a organizar y a financiar eso con la actual gestión territorial española? Asturias hace tiempo que está en declive, pero no se nota a simple vista porque la formación y el conocimiento hace que la textura de la población sea la de una zona desarrollada. Una estructura universitaria preparada para formar a más de veinte mil personas se convertirá pronto en un roble plantado en una maceta cuando no haya población que sostenga su tamaño. ¿Qué aspecto tendrá Asturias si se reseca su formación superior y su conocimiento? Salgan de la Universidad y hagan las cuentas en otros sectores. La vida se va de Asturias en estertores. Mi generación es un eco del pasado, por detrás vienen los efectos del liberalismo rapaz.

El Gobierno asturiano no gestiona la política energética. Nada de lo que determinará la viabilidad de la industria asturiana, ni siquiera el mantenimiento a medio plazo de AcerlorMittal, nuestra vieja Ensidesa, es competencia del Gobierno de Asturias. El Gobierno asturiano es para los asuntos que más incumben a Asturias como un niño de postguerra pegando la nariz en el escaparate de una confitería. La gestión territorial española es endiablada. Los carcamales dormidos en sus recuerdos salen de vez en cuando a explicarnos la transición y la Constitución, con cara de vinagre hacia quienes osan pensar en cambios constitucionales, como si el mundo se hubiera parado cuando ellos se echaron a la siesta. Y como si tocar la Constitución fuera renegar de su legado. Pero la estructura territorial no necesita independentismos para crujir como un tablado viejo. El estado autonómico creció como crecen los jardines sin jardinero ni cuidados. Nadie en sus cabales puede decir en serio que justo esto era lo que lo que se preveía cuando se hizo la Constitución. No es un problema de que Asturias tenga más o menos competencias, sino del diseño del Estado. Barbón insinuó varias veces como argumento electoral su cercanía a Pedro Sánchez. Aparte de que históricamente ese tipo de sintonía en Asturias siempre sirvió para que nuestros gobiernos fueran subalternos de Madrid, el argumento de Barbón nos recuerda la falta de estructura estatal para la representación territorial. Solo el trato personal y el buen rollo con quien gobierne puede servir sencillamente porque no hay estructura para que los problemas territoriales (no de identidad nacional) afecten a la labor legislativa y ejecutiva. El Senado es una broma pesada y cada vez que oigo a alguien decir que hay que hacer del Senado una verdadera cámara territorial me pasa como a Goebbels cuando oía la palabra «cultura», porque llevo cuarenta años oyéndola sin que nadie haya hecho nada para que el Senado sirva para algo más que dormir la siesta y activar el 155.

El declive asturiano no puede ser gestionado desde el Gobierno autónomo ni hay estructura de representación territorial donde se pueda hacer valer. La herencia para Barbón es mala y los hábitos políticos petrificados también. La política asturiana es orgánica, tiene una horma inalterable en la que todo el mundo está instalado, hace su papel y no se altera ningún guión. Se fueron cayendo industrias y servicios sociales y se fue yendo la población como se caen cascotes de edificios viejos sin que se alterara la política asturiana más allá de algunos picos retóricos desganados. Toda España conoce mejor los problemas ferroviarios de Extremadura que el calvario de nuestras cercanías y que cuesta tanto, en tiempo y dinero, llegar o salir de Asturias que el Norte acabará siendo León y nosotros lo que está más allá del Norte, como en Juego de Tronos. La parálisis, el silencio y la falta de mensaje de Javier Fernández fueron clamorosos. Asturias enfrentó el déficit público con la misma lógica que en otros sitios. Los recortes empezaron por cerrar aulas, reducir asistencia sanitaria y maltratar la dependencia antes que tocar la hinchazón de tanto ente público indemostrable. La corrupción fue toda la que cabía. Fue tanta que Javier Fernández cometió el error dialéctico de decir que la corrupción en Asturias no fue sistémica y que Asturias no fue un lodazal. Es el error del famoso «I’m not a crook» de Nixon, «no soy un chorizo». En esas frases nunca se oye la negación, solo se oye corrupción sistémica, lodazal y chorizo. Solo se entiende qué puede estar pasando para que sea eso lo que hay que negar.

Lo cierto es que en Asturias tenemos cierta facilidad para combinar la memoria creativa con el olvido indolente. Podemos hacer un mejunje memorístico con un Pelayo indómito, el oso de Favila, Quini y el obrerismo heroico, lleno de fábulas y verdades a medias, y a la vez enfrentar las elecciones de 2011 aceptando al PSOE como un partido nuevo en Asturias y a Álvarez Cascos como nuevo en política. Y podemos encarar esta legislatura como si otra vez el PSOE fuera nuevo en Asturias y a la vez creer que el atronador festival aéreo gijonés es de toda la vida y el cachopo se comiera aquí mucho antes que la fabada. Estamos acostumbrados a que nunca importen las elecciones y eso es parte de la herencia que afronta Barbón. El no haberse vaciado para tener ya una mayoría parlamentaria estable es un síntoma pésimo de la seriedad con que afronta esa herencia. Y el PSOE suena como siempre, en el runrún de su militancia y cargos no se adivinan nuevas formas ni ambiciones. A los que nos toca, seguiremos haciendo de nenúfares flotantes que ayuden a dar a esta laguna nuestra apariencia de Paraíso. Pero alguien debería empezar a hacer política para que Asturias no se convierta en un sitio vacío con paisajes de asombro, comidas inolvidables y un montón de palanganas donde remojar los pies en los balnearios.