Carta de Pablo a los faripsoes

OPINIÓN

24 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La práctica atribuida a los fariseos de rasgarse las vestiduras cuando se sentían públicamente ultrajados acabó derivando en una dramatización sobreactuada ante un agravio.

Hoy día tenemos en España una evolución de aquellos fariseos: los faripsoes, que se rasgan las vestiduras cuando se les enfrenta, con los hechos, a sus contradicciones. Por ejemplo, cuando se comparan sus discursos de apariencia socialdemócrata con su materialización en forma de políticas reales y efectivas. Cuantas decepciones nos ha infligido el partido socialista con sus promesas.

Prometer justicia social y acabar aplicando medidas neoliberales que generan precariedad y desigualdad está relacionado con ser rehén de intereses que le impiden hacer una política genuinamente socialdemócrata; ya sea por la condonación de sus deudas bancarias, por la elusión penal en tantas tropelías o por la tupida red de vínculos tejida a través de las puertas giratorias, entre otros intereses cruzados. De la derecha no hace falta decir nada porque lo hacen sin asomo de contrición; servir a los poderosos, en detrimento del pueblo, es parte intrínseca de su naturaleza.

Las políticas sociales netamente progresistas implementadas por los gobiernos socialistas, más allá de las medidas accesorias de marketing político, nunca han llegado a encubrir una gestión sumisa a la aquiescencia del lobby corporativo de la oligarquía española del que forman parte, y no por casualidad, algunos «referentes» socialistas. Oligarquía que, como en toda época y lugar, no hace sino amañar el sistema en beneficio propio y en detrimento del resto, como ya reconocieran Tomás Moro en el s.XVI o el padre de la economía clásica, Adam Smith, en el XVIII. La desigualdad, obscena en nuestro país, es la prueba que lo corrobora una y otra vez. No es que no haya suficiente para todos, es que unos pocos lo acumulan, gracias a la mediación de sus esbirros parlamentarios.

No debe sorprendernos tanto la resistencia de Sánchez a coligarse con Unidas Podemos a la vista de su entusiasta apoyo a la candidata de Merkel, Ursula von der Leyen, para presidir la Comisión Europea, en una reedición de la Gran Coalición entre socialistas, populares, liberales y conservadores europeos. Apoyo negociado a saber a cambio de qué contraprestaciones. ¿Tal vez pasar a formar parte del restringidísimo club que puede saltarse el arbitrario límite de déficit público sin ser sancionado, como hicieron Francia y Alemania no pocas veces?

Volvamos a las tribulaciones patrias. Sánchez se rasga las vestiduras en la sesión de investidura cuando dice que no queda bonito decirle a alguien que quieres estar con esa persona porque no te fías de ella. Pero así es, esa es la opción por la que apuesta Pablo Iglesias: impedir más decepciones socialistas garantizando que al menos “sus” ministerios propondrán políticas sin pedir el beneplácito al lobby del IBEX 35. Es una opción arriesgada para ambos. Pero ¿hay gloria sin riesgo?

Aunque he de decir que he echado en falta, en la consulta de Podemos a la militancia, la opción de no ser cómplices de las políticas pro statu quo que Alemania impone al conjunto de la Unión Europea mediante aquella Gran Coalición a la que Sánchez se encomienda.

Por otra parte, el veto de Sánchez a Iglesias, más que un pretexto, revela un temor al contraste. El PSOE pide gente cualificada para el Gobierno. No se puede decir que eso sea una carencia en el caso de Iglesias. Desde luego, por el tiempo en que coincidí con él en el Parlamento Europeo puedo dar fe de una capacidad política que pone en evidencia a la mayoría de sus colegas.

Tal vez, que el gobierno de faripsoes tema no ganar para trajes que rasgar por un agravio constante por parte de un partido que no es rehén del poder económico, sea razón más que suficiente para intentar eludir un gobierno de comparación. Perdón, de coalición.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.