Las dos películas de la investidura

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

23 jul 2019 . Actualizado a las 08:21 h.

Obedeciendo al director, que me ha pedido que comente la película de la investidura que arrancó ayer, acudo al multicine. Y en cuanto me acomodo en la butaca, me invade la impresión de haberme equivocado de sala. Las primeras imágenes que aparecen en pantalla me lo confirman: esta película ya la he visto más de una vez.

El filme comienza con una extensa perorata del protagonista, dirigida a encandilar al público. Un discurso plagiado del monólogo de Chaplin en El gran dictador: «Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble, que garantice a los hombres trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad». Copia con apenas alguna actualización acorde a los tiempos, que obligan a izar las banderas del empleo digno, la justicia social, los derechos de la mujer, el conocimiento y la lucha contra el cambio climático.

No necesito asistir a la sesión vespertina para saber lo que sigue: el ataque sin cuartel de la triple D contra el aspirante a presidir el Gobierno, sobre todo por haberse juntado a compañías peligrosas. Esas que, al menor descuido, te rompen España o te birlan la cartera de Hacienda. Y es justamente ahí donde el guion de la película hace aguas y el argumento resulta incomprensible: Casado y Rivera le cierran todas las salidas al protagonista, lo empujan a brazos de Podemos y a continuación lo machacan por haberse metido en el callejón al que lo llevaron a rastras. En esa absurda secuencia destaca el papelón asumido por Rivera, cuyo antisanchismo visceral acabará por convertir a Santiago Abascal en un demócrata de toda la vida y a Pablo Casado, por comparación, en todo un hombre de Estado. El traspiés del guionista solo tiene una explicación: su confianza en que la burda trampa pase inadvertida. Su convencimiento de que el público no percibirá el reloj de pulsera que el legionario romano lleva en la muñeca.

Ya lo dije: me equivoqué de sala y de película. El debate real de investidura no se produce en el hemiciclo del Congreso, sino en una oscura sala contigua. Sin luces ni taquígrafos y con solo dos grupos en el uso de la palabra: PSOE y Unidas Podemos. En realidad, la proyección todavía no ha comenzado: el estreno está previsto para el jueves. Y aún ese día, si no existe algún contratiempo que frustre la gala, solo veremos el final de la historia: el alumbramiento del primer gobierno de coalición desde la reinstauración de la democracia en España.

Y veremos también los títulos de crédito. Que de esto, aparte de los últimos retoques al guion, se habla en la sala bis. Una vez que Iglesias renunció a coprotagonizar la película, allí se dirimen tres asuntos clave. Uno, fijar el número de ministros podemitas. Dos, distribuir las carteras, tema complicado porque Podemos rechaza el papel de mero figurante. Y tres, el casting: los actores seleccionados.

Comprenderán, pues, la desazón de este periodista. Abocado a ver de nuevo la vieja película, cuando lo que le apetecería realmente sería arrimar el oído a la pared y el ojo a la cerradura para atisbar lo que se cuece en la sala contigua: el debate real.