La maldición del obispo de Aquila

Luis Ordóñez
Luis Ordóñez NO PARA CUALQUIERA

OPINIÓN

28 jul 2019 . Actualizado a las 09:31 h.

Hay un Pedro Sánchez y un Pablo Iglesias para cada español, una versión adaptada y personalizada para las circunstancias de cada uno, una edición limitada y singular para ti con la que podrías satisfacer tus requisitos, lo que pasa es que la de el uno y el otro nunca capaces de encajar y ser compatibles cuando se encuentran. Hay un Pablo Iglesias que aborrece el régimen del 78 y puja por derribarlo hasta sus cimientos y otro que enarbola el texto constitucional como única guía válida en el horizonte. Hay un Pedro Sánchez para el que una abstención que facilite la investidura al partido adversario de toda la vida le resulta un pecado inconcebible, una abominación, y otro que se sube al atril del Congreso para reclamar con toda seriedad que se lo hagan él por sentido de Estado. Hay un Pablo que te mira con candor, porque está de vuelta de todo, para explicarte que izquierda y derecha son conceptos obsoletos y otro que te urge con mirada feroz a ponerte las pilas porque él solamente es representante de la auténtica izquierda. Hay un Pedro que un día se sienta a tomar un café y te confiesa como una revelación que oscuros poderes fácticos de corporaciones se han confabulado para vetar su liderazgo y otro que te apremia, no hombre no, a poner los pies en el suelo y dejarse de complots para ponerse a trabajar sin cuestionar el estado de derecho que ya está bien. No debería haber problema en que alguna de las facetas de Pedro y Pablo llegaran a coincidir en el algún momento, lo que pasa es que las órbitas son así, caprichosas.

Pasa en las historias de Gor, the counter Earth, invisible para nosotros porque siempre se encontraba oculta por el sol en un devenir paralelo al de nuestro planeta. Las tramas de Gor dejaron una serie de novelas algo mediocres pero una subcultura de BDSM de cierto interés y aquí la moraleja es que se puede llegar al placer por el sufrimiento si es consensuado. Pasa a nuestras izquierdas algo así también como la doble maldición del obispo de Aquila en la película «Lady Halcón», recordada esta semana en la que falleció el buen Rutger Hauer, contra dos amantes a los que condena a no encontrarse jamás porque durante el día ella se convierte en halcón y durante la noche él hace lo propio en lobo. Puede un eclipse servir de remedio definitivo pero sólo si se obliga al malvado obispo a ver a los dos enamorados a la vez en ese momento y, ya de paso, se aprovecha para fulminarle a espadazo limpio porque ya está bien de perversidad inútil. 

En las crónicas fantástica suele ser sencillo hallar quién tiene la culpa, en la realidad es más complejo. Cierto que los socialistas apuraron todos los plazos intentando llegar a la investidura gratis apremiada por el vértigo de unas nuevas elecciones. Nadie, ni los que más tienen que perder (y tienen mucho) mordió ese cebo. Cierto que Podemos pujó más por cargos ministeriales que por un programa de gobierno para desplegar en la legislatura. De hecho, es una excusatio non petita, accusatio manifesta de que no se pactó el programa-programa-programa la insistencia en que eran necesarios los ministerios para garantizar la puesta en práctica de «nuestras políticas». Como si pudiera haber dos políticas o más, paralelas, en un mismo gobierno con miembros que se miran de reojo. Demasiado pronto se descartó por inconcebible la opción portuguesa, allí gobierna en solitario el partido socialista con el apoyo parlamentario de otros grupos de izquierda, como si fuera una pretensión exótica. Seguramente fue así porque Podemos necesitaba salvar los pésimos resultados electorales con la condecoración de la entrada en el Ejecutivo y seguramente también porque el PSOE nunca lo intentó en serio y trató de jugar a dos bandas queriendo seducir por si colaba a PP y a Ciudadanos con una abstención que jamás de los jamases estuvo entre sus planes.

Es verdad que Pablo Iglesias ofreció su renuncia personal, crucial, para tratar de desbloquear el diálogo. También que apenas horas antes se lanzaba a sumarse en twitter a la loca teoría de la conspiración de la aquiescencia del CNI en los atentados yihadistas de las Las Ramblas. Que Iglesias se apartara descolocó a los socialistas que tuvieron que buscar nuevos reparos, pero aún así la bocachancla de Pablo queda demasiado en evidencia y no le permite hacerse ver como fiable (inserte aquí su versión favorita de la fábula del Escorpión y la rana). Lanzar la última propuesta desde el escaño es ridículo.

Como no soy obispo ni tampoco director de cine centroeuropeo o escandinavo, la cuestión de la culpa no me preocupa tanto, pero ambos partidos, y ambos líderes, se han comportado eso sí de forma irresponsable. Quizá más, porque para eso ganó las elecciones, el que tiene más escaños para formar gobierno y que ha apostado más a la estrategia de última hora que a una negociación discreta, paulatina, y seria aprovechando los meses desde abril, o al menos mayo, hasta estos finales de julio. Esto no se hace así si se quiere lograr. También, creo yo, el vértigo de una izquierda a la izquierda del PSOE que se debate entre la firmeza de las convicciones y el puro infantilismo porque en ocasiones no es capaz de distinguirlos. No el vértigo de unas nuevas elecciones que pueden salir muy mal, sino el de que un día se esté de verdad en el gobierno, o apoyándolo y haya que doblegar la sencillez de las proclamas a la complejidad áspera de lo real, cuando no todo puede cumplirse, cuando las promesas tienen que romperse necesariamente y el todo o nada tenga que guardarse en el fondo del desván porque, a fin y al cabo, cuarto y mitad o medio quinto tampoco están tan mal si es lo que se puede sacar. Siempre nos quedará el confortable complot de los poderes fácticos, del Ibex, de la patronal a la que inquietamos, de las cloacas del Estado, menos mal que explican nuestra propia inoperancia. Una maldición ajena, lo que sea menos yo, a mí no me mires.