Otra vez, siempre, la pornografía

OPINIÓN

31 jul 2019 . Actualizado a las 19:49 h.

Vivimos en una sociedad obsesionada con el sexo de una u otra forma y, al mismo tiempo, parte de ella está obsesionada con el sexo que practican o dejan de practicar los demás que con el sexo en sí, y menos con el sexo que practique esa parte de la sociedad preocupada que, por si cabe alguna duda, es el correcto y moralmente aceptable. A algunos les parecen mal las prácticas BDSM, a otros les parece mal que dos personas del mismo sexo tengan relaciones sexuales entre sí, y los hay, de un tiempo a esta parte, obsesionados con la pornografía, o más bien con prohibirla o censurarla.

Todos estos especímenes utilizan una coartada moral que parezca respetable al menos a ojos de los suyos, pues a palo seco, es decir, prohibir algo que te parece mal a ti, algo que no te gusta hacer a ti, te puede retratar como lo que eres: un mojigato. Así se está construyendo un relato, que como tal es ficticio, alrededor de la pornografía, tanto en los medios como, en menor medida, en la política.

El relato fabricado nos dice que el consumo de pornografía afecta tanto a quien la consume que puede convertirle en un violador. En todos y cada uno de los artículos periodísticos que he leído sobre esto se da este salto argumentativo sin ningún tipo de justificación. Partiendo de algún informe, y lo llamo así porque una vez leído no hay manera de que pueda llamarlo «estudio» sin sonrojarme, que dice que los niños ven pornografía cada vez más jóvenes, informes más bien poco exhaustivos y precarios en los que se parte de una muy descarada petición de principio que lleva a relacionarlo con las violaciones, se empieza a desgranar una turra moralista sobre qué actividades sexuales son adecuadas. Luego, por si al lector suspicaz le parece un exceso, se entrecruza alguna cifra sobre trata de personas y pornografía (una vez más, sin justificación) que tiene poco que ver con lo segundo y que en cualquier caso solo sirve para recordarnos que la pornografía en sí es mala. Un ratico bien, pero no puedes pasarte el día entero dale que te pego a la sardina.

En el fondo, a toda esta gente le importa menos lo que presuntamente ocasione la pornografía en quienes la ven que los actos que se pueden ver en un video porno. De este modo, asumiendo que la pornografía genera violencia, no existe ni una sola razón para no regular, censurar o prohibir otros formatos: cómic erótico, novela erótica, y, por último, pensamientos un poco cochinos.

¿Dónde poner el límite? En muchos cómics eróticos o pornográficos el contenido es bastante más duro que en la mayoría de vídeos que puedes ver en páginas convencionales de porno en la web. Y no digamos ya la novela erótica: hay más perversión en algunos libros de la Sonrisa Vertical que en todo el porno BDSM que puedas encontrar en la internet. Y si no es tanto lo que se expone como lo que representa lo que se expone, ¿para qué quedarnos solo en la pornografía? Podemos extender los tentáculos de la censura y la mojigatería al cine convencional. Estos días en los que lloramos la muerte del actor Rutger Hauer, quizá sea el momento de recordar que en la película dirigida por Paul Verhoeven en 1985 Los señores del acero, hay una escena de violación grupal al personaje interpretado por Jennifer Jason Leigh, con Rutger Hauer a la cabeza. «Parece que es ella la que te está violando a ti», le grita un personaje del perturbador grupo de zarrapastrosos. Y qué decir de los cómics de Milo Manara, o los más explícitos de Giovanna Casotto, incluso los de Ralf König, o los libros de Henry Miller o La vida sexual de Catherine M de Catherine Millet. El límite no existe. La censura tiene menos límites que la pornografía. Cuando se abre esa puerta, es muy difícil cerrarla, pues de eso se trata, de dejar la puerta abierta para ver qué hacen los demás en la intimidad y poder juzgarles moralmente, lo que viene a ser la pornografía de los monjes. A todos nos gusta mirar, al fin y al cabo.